Documentación Narrativa de Experiencias Pedagógicas
Nodo San Fernando / Norte

Título

Documentación Narrativa de Experiencias Pedagógicas
Nodo San Fernando / Norte

Descripción

Ensayo

Autor

Red de Formación Docente y Narrativas Pedagógicas (FFyL- UBA)

Editor

Mariana Schenone

Fecha

Julio 2019

Documentación Narrativa de Experiencias Pedagógicas
Nodo San Fernando / Norte

Red de Formación Docente y Narrativas Pedagógicas (FFyL- UBA)
- Años 2016 al 2017–

Dalia Daniela Falcón, Juliana Batista Faria, Elvira Gil, Anabella González, Mónica Landolfi, Evelina Montini, Paula Naveilhan, Lucila Németh, María Alejandra Paz, Diego Hernán Rosain, Mónica Beatriz Santamaría, Marina Spiridonov


Coordinación
de Marina Spiridonov


Agradecimientos colectivos
A la gente de la UBA... su Decana, Graciela.
A nuestros Profes, Daniel, Paula, Cecilia, Agustina, Gladys…
A Jorge Córdoba que siempre nos hizo un espacio en el Centro Universitario Municipal para trabajar con comodidad, a Nancy, que nos abrió las puertas cada día…
A Alicia Aparicio y su Equipo de San Fernando Municipio.

A los personajes/personas reales que inspiran cada uno de nuestros relatos...
A nuestras familias, que son las que, al fin y al cabo, nos bancan para que leamos y corramos a cada uno de los encuentros de docentes narradores.


ÍNDICE:
Y no se habían terminado… Por Marina Spiridonov

1 Cambio de mirada
1.1 Abriendo camino. Por Paula Naveilhan
1.2 Un cambio de lugar para “Ellos” y “Nosotros”. Por María Alejandra Paz
1.3 Con ojos de niño. Por Lucila Németh

2 Trabajar lo inesperado
2.1 Algo cambió entre nosotros. Por Hernán Rosain
2.2 La Justificación. Por Dalia Falcón
2.3 Interrogantes. Por Evelina Montini
2.4 No sería lo mismo cualquier colectivo, sin Kari. Por Lucila Németh
2.5 Banana a la Escuela. Por Juliana Batista Faria

3 Crecer con la escuela
3.1 Aún podemos con lo que sucede. Por Anabella González
3.2 Crónica de una escuela móvil. Por Mónica Landolfi
3.3 Desde el cimiento. Por Elvira Gil

4 Iniciático y transformador. Por Mónica Landolfi

5 La conformación del Nodo San Fernando/Norte de la Red de Formación Docente y Narrativas Pedagógicas en Argentina
Autoría: Juliana Batista Faria, Dalia Daniela Falcón, Anabella González, Paula Naveilhan, Lucila Németh, María Alejandra Paz, Diego Hernán Rosain, Mónica Beatriz Santamaría, Marina Spiridonov.

I. La tierra fértil del Nodo: condiciones político-pedagógicas que viabilizaron el nacimiento del Nodo
II. Las semillas del Nodo: fundamentos teórico-metodológicos que alimentaron el Nodo.
III. Las personas del Nodo: quiénes somos.
IV. Los brotes del Nodo: nuestro actual proyecto de trabajo.

6 EPÍLOGO

V. Relatos de experiencias pedagógicas del Nodo San Fernando/Norte: una invitación a problematizar y construir colectivamente la tarea docente
Daniel Hugo Suárez
Agustina Argnani
Paula Dávila
Cecilia Tanoni
Gladys Zarenchansky


Referencias Bibliográficas


Documentación Narrativa de Experiencias Pedagógicas
Nodo San Fernando / Norte


Idea de Ilustración de Tapa:

Mónica Santamaría

Maestra Normal Nacional.
Profesora de discapacitados mentales e irregulares sociales.
Coordinadora distrital de Políticas Socio Educativas.


Y no se habían terminado
Por Marina Spiridonov

Y Colorín Colorado… “Ojalá hayan disfrutado de estas historias, ojalá las sigan disfrutando: que vuelvan a ellas, las comenten, las discutan y se identifiquen con alguna... Que se hayan encontrado con algunos protagonistas y reconocido en un hacer.”1
Así finalizaba en 2014 esa publicación en la que las directoras de los Jardines de Infantes de San Fernando eran protagonistas del relato de su propia historia, en ese intento de “hacer carne” el diseño curricular en sus prácticas con las maestras: evaluando, analizando, leyendo datos y sensaciones, discutiendo lo que faltó, lo que impactó; las nuevas preguntas: ¿Cómo seguimos? ¿Cómo hacer para documentar todo lo que aprendimos? ¿Cómo sumar nuestro entusiasmo a otros?
Ensayamos cómo sería esto de escribir algo de nuestro hacer docente a través de pequeñas anécdotas que cada una eligió rescatar… las recopilamos y las hicimos públicas en un “Anecdotario pedagógico” sencillo, risueño, variado.
Y surgió un nuevo desafío. Porque sí, valía la pena relatar nuestras experiencias pedagógicas. También valía la pena continuarlas. Pero desde otros lugares: ya no desde relaciones formales, sino desde el placer del descubrimiento, del pasaje, de la bienvenida a los nuevos.
Y yo me fui de esa función de supervisora para buscar nuevos caminos, para hacer exploraciones y descubrimientos pedagógicos que desafiaran a los ya conocidos.
Y lo escrito se publicó y se presentó ese libro en el teatro más grande de San Fernando, junto a ellas, las “dires”, emocionadas. Con las colegas del distrito y de otros distritos. Frente a las autoridades escolares y municipales. Con la tele local. Con luces y con sonido.
Andrea (secretaria de uno de los Jardines de Infantes) había dicho bromeando, allá en 2013, cuando nos propusimos escribir y documentar: “-Y en 2015…: Propuestas y Desafíos. ¡LA PELÍCULA!” Allí estaba. Era el año 2015 y estábamos viendo una pequeña película, contando lo que habíamos hecho y de qué modo, recuperando la emoción, el susto, las miradas, la vibración de ese enorme trabajo entre docentes.
Yo estaba paradita, vestidita con ese conjunto de pantalón y saco rojos que me dejó mi mamá en su último viaje, mirando entre las luces aquellos rostros queridos y deseando que suban a ese escenario, para no estar tan solita, cuando Alicia dijo frente a todos:
-Esto es sólo el comienzo, porque Marina les va a hacer una propuesta.
Tragué saliva. Sí. Yo quería invitar a todos a seguir escribiendo. Pero quienes hubieran podido ayudarme ese día no vinieron. Y ¿Quién era yo, al fin y al cabo, para desde el llano, continuar documentando lo que hacemos en las escuelas? ¿Quién se acercaría a trabajar por el solo interés de contarlo? Sin marco institucional, sin jerarquías formales. Yo solita, con mis ganas… y las ganas de quienes me preguntaban cómo seguir “desde la complicidad de lo conocido y la potencia de la invitación, del goce de invitar a descubrir lo que fuimos hallando en nuestra búsqueda.”3
Bueno…
Entre luces y sombras, un poco tartamudeando desafié allí mismo a que continúen la tarea: compartiendo miradas, revisando haceres, discutiendo certezas, dudas y amores que cotidianamente ponemos en nuestra tarea educativa. Y agradecí profundamente sus miradas expectantes.
Y me fui feliz, con el libro firmado y dedicado por la mayoría de sus autores. Un tesoro.
Nuevos mapas. Nuevos mares. Nuevos viajes pedagógicos, exploraciones y descubrimientos. Y nuevos roles.
Como viajera continué participando de la Red de Formación Docente y Narrativas Pedagógicas4 , en los encuentros con nodos de diversas comunidades, compartiendo escritos y relatos: un verdadero mar de experiencias. Y un pasaje sin usar: nuestro libro.
En ese mar de historias me reencontré con Daniel5 , que finalmente me ayudó a calibrar mi brújula para organizar un itinerario posible para ese viaje y, definir un rumbo que me permitió la construcción de una nueva embarcación para tomar el timón y alojar a aquellos compañeros/as de aventura que habían quedado con ganas de seguir.
Aquí estamos. Nuestro barco se llama hoy Nodo San Fernando y Norte. Y somos parte de esa Red, tenemos con qué navegar y nuestras velas son nuevas escrituras de aquellas historias escolares desde el saber que portamos como docentes, escuchándonos, escribiendo lo que nos pasa al escuchar, documentando cada exploración, cada pregunta, habilitando… nuevas propuestas, nuevas historias. Y nuevos desafíos, que no se terminan. Por suerte.


1 Spiridonov, Et al. (2015) Relatos Polifónicos en la Educación Inicial de San Fernando. Ed. Grafito, San Fernando. Pág. 182
2 Alicia: en ese entonces, Directora de Educación y Contención Social del Municipio, además de la esposa del Intendente, que siempre valoró nuestro Proyecto.
3 Spiridonov, Et al. (2015) Relatos Polifónicos en la Educación Inicial de San Fernando. Ed. Grafito, San Fernando. Pág. 9
4 La Red de Formación Docente y Narrativas Pedagógicas es un Programa de Extensión Universitaria de la FFyL-UBA. Desde el año 2010, la Red viene desarrollando proyectos de investigación-formación-acción participativa y procesos colectivos de desarrollo profesional docente centrados en la documentación narrativa de experiencias pedagógicas junto con otros actores, grupos, colectivos y redes del campo educativo (ministerios nacional y provinciales de educación, jefaturas regionales y gobiernos locales de educación, sindicatos de trabajadores y sindicatos docentes, institutos de formación docente, municipios, redes pedagógicas, movimientos sociales, docentes y pedagógicos), mediante sucesivos proyectos  de  investigación  de  la  Programación Científica UBACyT y proyectos  de extensión universitaria UBANEX. El Programa enlaza en una red de colaboración y trabajo coparticipado a colectivos de docentes narradores situados en diferentes espacios y tiempos institucionales, organizacionales y sociales (que denominamos “Nodos”). Los Nodos que actualmente componen la Red son: Instituto Superior de Formación Docente N° 100 Unidad Académica ENSPA, Avellaneda; Instituto Superior de Formación Docente N° 54 de Florencio Varela; Instituto Superior de Formación Docente N° 11 de Lanús; Centro Universitario Municipal San Fernando; Colectivo de Docentes Narradores de la Facultad de Periodismo de la UNLP; Colectivo de Graduados en Técnicos en Recreación del Instituto Superior de tiempo Libre y Recreación (ISTLyR) de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires; Colectivo de docentes narradores de La Matanza; Colectivos de docentes narradores de Quilmes; Región 4. Berazategui. Modalidad de Psicología Comunitaria y Pedagogía Social (DGCyE de la Provincia de Buenos Aires), Región 4. Berazategui
5 Dr. Daniel Hugo Suarez: Coordinador del Programa de Extensión Universitaria "Red de Formación Docente y Narrativas Pedagógicas" (FFyL-UBA) y Director de la Diplomatura en Desarrollo Profesional docente centrado en la investigación-acción de la práctica" de la Secretaría de Extensión Universitaria y Bienestar Estudiantil (FFyL-UBA).

Marina Spiridonov:
Profesora de Educación Inicial- Magíster en Educación Especializada en Gestión Educativa. Capacitadora Educación Inicial Región 6 (CIIE-PNFP/S), Provincia de Buenos Aires.

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1- Cambio de mirada

Muchas veces nuestras creencias se ven desestabilizadas por la realidad que enfrentamos. Nos paramos frente a nuestras experiencias con ese “maletín” que menciona Luly6 : lleno de certezas, que se tornan preguntas y de teorías que se derrumban.
Cada uno de estos textos nos remiten a esas vivencias, que al desmoronarse nos cambian la forma de mirar nuestro hacer.
Como cuando en la lectura del texto de Ale7 nos transportamos hacia su aula, o en el de Paula8 hacia su escuela; escenarios en los que vivimos cada experiencia…
“Ese día cambié, ya no era la misma, o al menos, no la misma maestra…”, dice Ale, pero podrían decirlo también Luly y Paula, que nos llevan a recorrer junto a ellas el camino de la enseñanza, con sus dificultades, sus desafíos y también con sus compromisos y sus gratificaciones.
Un cambio de mirada que nos modifica como docentes, nos conduce a repensar, cuestionar y reflexionar sobre nuestras prácticas: todos alguna vez conocimos a un Juan… Y probablemente existe un Juan que se nos viene a la cabeza una y otra vez, cuando pensamos en la inclusión en las aulas de los alumnos con necesidades educativas derivadas de la discapacidad.
¿Cómo “una” experiencia pedagógica modifica a un docente? Cuanto más avanzamos en la lectura, vamos comprendiendo el recorrido de cada relato, reconociendo formas de lo escolar, del oficio de enseñar, del saber docente y de sus supuestos, el deber ser del alumno y aquellos conocimientos que debería tener adquiridos.
Tres textos que nos invitan a identificarnos, a reflexionar y a re-mirar nuestras escuelas y a nuestros alumnos… sin dejar de lado el corazón.

Elvira Gil, Mónica Landolfi, Marina Spiridonov


6 Lucila Németh “Con ojos de niño”
7 Alejandra Paz “Un cambio de Lugar para “ellos” y “nosotros”
8 Paula Naveilhan “Abriendo camino”

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1.1 Abriendo camino.
Por Paula Naveilhan

Era mi primer año a cargo de la Vicedirección de Nivel Inicial y Primario. Nueva en la escuela y nueva en el cargo. Mis casi dieciséis años de experiencia en la educación, por momentos, resultaban insuficientes para abordar todas las dimensiones de la gestión.
Transité intensamente ese ciclo lectivo y, entre todas las experiencias vividas, recuerdo a Juan.
Juan entró a la escuela para cursar sala de 5. En ese entonces ya había sido “diagnosticado” con TGD (Trastorno Generalizado del Desarrollo). Todo un desafío parecía afrontar la inserción escolar de un niño que demandaría mucho más de nosotros que el resto… ¿Pero, sería realmente así?, ¿Cuánto demandan de nosotros los niños?, ¿Todos demandan por igual?, ¿Podremos dar respuesta a las necesidades de Juan? Habrá que esperar y comenzar a recorrer el camino, pensé...
Al ingresar a la escuela, Juan dinamizó la rutina diaria, invitándonos a todos nosotros a llevar adelante algo más, cotidianamente. En primer lugar, muchos trámites para desarrollar las estrategias necesarias para sostener su escolaridad (Proyecto de Integración Escolar, incorporación de la figura de acompañante externo) y otras cosas, menos burocráticas, pero no menos importantes, como: estar a su lado al izar la Bandera, acompañarlo a sentarse en la silla dentro del aula, al baño, responder sus inquietudes, caminar junto a él por el patio argumentando los “beneficios” de permanecer dentro del aula, buscar alternativas cuando la propuesta no fuera suficiente para cautivar su atención. Esto último pasó a ser algo de todos los días, llevándonos a bucear en nuestra imaginación y apelando, sobre todo, a nuestra creatividad.
- “¿Qué te pasó que hoy estás arrugada?” - dice Juan al ver entrar a una de las maestras a sala de maestros donde espera que suene el timbre para dar inicio a la jornada escolar.
Mientras tanto, se oye a la Representante Legal en el patio, quién pronuncia, elevando su tono de voz:
- “Reina… Reina”
(Reina es la perrita de la escuela que se había escapado). Juan sale de la Sala y se dirige a ella…
- “¡Qué fea costumbre que tenés!, ¿Podés dejar de gritar?”

Y así fueron pasando los años. Fuimos construyendo una relación de respeto y cariño.
Ya en segundo grado (y con un cambio de acompañante) Juan empezó a mostrarse diferente, su conducta se desbordaba más frecuentemente. Hacía todas las cosas que sabía que iban a despertar enojo en los adultos que lo rodeaban, aunque el objetivo no fuera explícitamente este: se metía dentro de los tachos de basura, se escapaba del aula, tomaba objetos de los demás y los escondía o arrojaba fuera de ese lugar donde los había tomado, se descalzaba arrojando las zapatillas por el aire… Y otras tantas, como orinar en uno de los árboles del patio de la escuela o arrojar agua del inodoro en la cara de alguna de las docentes cuando intentaba evitar que corriera velozmente por los pasillos u oficinas del establecimiento. Creo que vale la pena señalar que esta docente, era quien les habla...
Empecé a sentir que no “podíamos” con la escolaridad de Juan. Que no éramos la escuela para él… Que necesitaba otra institución, otra modalidad.
Siendo parte del equipo directivo, no dudé en convocar a la Escuela Especial, a la Supervisión, a los docentes, para tratar de encontrar una alternativa diferente a la actual. Y, en medio de llamados telefónicos y comunicados escritos, en mi cabeza resonaban numerosos interrogantes: ¿Hay otra escuela diferente?, ¿Diferente en qué sentido?, ¿Podría otra escuela generar otra situación educativa para Juan?, ¿Por qué no podemos nosotros?
Después de múltiples reuniones con diferentes actores institucionales, todos concluyeron en que Juan era nuestro alumno… Y que debíamos sostener su escolaridad a menos que la familia quisiera cambiarlo de escuela.
La familia nunca había manifestado deseos de cambiarlo de colegio, pero yo tampoco quería que Juan se fuera, quería (y quiero) que aprendiera, que fuera feliz en la Escuela, que disfrutara y que no pasara inadvertido el día a día para él.
Hoy Juan cursa tercer grado. Repentinamente, la obra social dejó de costear el acompañamiento terapéutico, las terapias que Juan recibía y dejó de pagar el traslado.
El papá y la mamá trabajan y, a pesar de los reiterados reclamos y advertencias de recursos de amparo durante tres meses, no lograron revertir la situación. Padres angustiados, cansados, pero con la firme intención de que su hijo aprenda, se inserte socialmente y crezca feliz. Reconocen y valoran el esfuerzo puesto en la tarea por parte de la escuela y sus diferentes integrantes.
Juan es más nuestro que nunca. Es nuestro alumno… Y “nuestro problema”. Ni de la escuela especial, ni de la obra social… Sé que suena raro y no me refiero a que Juan es un problema, pero considero que su escolaridad, sí lo es. Es un problema que nos invita a buscar soluciones, a pensar estrategias, a evaluar acciones y decisiones, a trabajar en equipo para sumar puntos de vista, experiencias y voluntades, a ser creativos y perseverantes… A educar y amar.
Hoy, no me imagino la escuela sin Juan, sin sus historias, sin su mirada tierna y provocadora, sin sus comentarios antes del saludo inicial:
- “¿Te estás poniendo vieja?”
- “¡Eres muy bonita, pero me aburro!”
- “¿Me prestas un poquito tu computadora?”...
Todavía no encontramos la estrategia adecuada que permita que Juan se integre al grupo de pares y no “desborde” la rutina escolar… Trabajamos diariamente para que él aprenda algo todos los días… Y nosotros también.
Sabemos que la escuela no sería la misma sin Juan.
Sin él y sin cada uno de los quinientos sesenta alumnos que integran nuestra querida comunidad.


Naveilhan, Paula Andrea:
Licenciada en Psicopedagogía. Vicedirectora de Educación Inicial y Primaria de escuela de gestión privada (Virreyes, San Fernando).

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1.2 Un cambio de lugar para “Ellos” y “Nosotros”.
Por María Alejandra Paz

Corría el año 1991, recién había obtenido mi titularidad como maestra de primaria, después de seis años de trabajo. Estaba en la escuela, y allí, sentados mis alumnos de quinto grado. Habíamos terminado de plantear y resolver una situación de Lengua, no recuerdo bien cuál. Yo, explicando y ellos resolviendo entre todos, en el pizarrón. Pedí que abrieran sus carpetas, escribí la consigna a resolver, y me senté en el escritorio.
De repente, una pregunta: “¿Seño, ¿qué hay que hacer?”.
A lo que respondí – “lean la consigna, ahí lo dice”; y seguí, creo que estaba corrigiendo.
Al rato, nuevamente otro alumno me dice - “Seño, pero, ¿Qué hay que hacer?”.
-“¿Por qué me preguntan?”- respondí.
– “Recién expliqué y realizamos ejemplos en el pizarrón, lean la consigna”- repetí.
“Si Seño, ya leí, pero no entiendo, no sé qué hay que hacer”- volvió a decirme.
Me paré. Pregunté y todos decían lo mismo. Inmediatamente, pedí que leyeran en voz alta y analizamos, con el aporte de todos, lo que debían hacer.
Eso produjo en mí, preguntarme: ¿Qué estábamos haciendo mal? Era quinto grado… ¿Qué había pasado todo ese tiempo en la escuela, para que llegaran hasta aquí, sin saber interpretar una consigna? ¿Será que nosotros, los docentes, nos la pasábamos explicando y diciendo todo el tiempo lo que debían hacer, como repitiendo exactamente lo que nosotros “docentes”, queríamos que nos respondieran, como única posibilidad de resolver?, ¿Les estábamos enseñando a pensar por ellos mismos? O ¿Resolvíamos siempre nosotros?, pidiendo que repitieran lo que nosotros decíamos.
Ese día cambié, ya no era la misma, o al menos, no la misma maestra, me di cuenta de que si le dábamos siempre la respuesta a sus preguntas, no los estábamos ayudando a resolver, lo estábamos haciendo por ellos, por eso habían llegado hasta aquí sin saber interpretar lo que leían, de eso no se trataba enseñar. Se produjo en mí la necesidad de replantear mi tarea y darles el protagonismo a ellos: mis alumnos. Sí, protagonismo, entendiéndolos como sujetos activos, autónomos, con saberes adquiridos que debían poner en juego para resolver. Quizá a nosotros, docentes de aquel momento, nos traccionaba, consciente o inconscientemente la propia biografía escolar, donde el maestro era el dueño del saber y el alumno pasivo, sólo recepcionaba lo que se transmitía, o siempre nuestro apuro porque arriben a la respuesta correcta. Por eso, ese día, hubo un antes y un después en mi ser docente.
Ellos pasaban a ser constructores de su aprendizaje, escuchándolos, dando tiempo para sus respuestas, aceptando sus errores como parte del proceso de aprender, habilitando espacios para confrontar, argumentar, a partir de mi propuesta partiendo de sus saberes, con sostén y acompañamiento, brindándoles herramientas, desde mi lugar como enseñante, para que ellos, pudieran afrontar los desafíos y así aprender y crecer.


Paz, María Alejandra
Profesora de Educación Preescolar. Inspectora de Enseñanza Nivel Inicial, Distrito San Isidro, Región 6.

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1.3 Con ojos de niño.
Por Lucila Németh


Nunca solté eso que me dijo… y con ese discurso en mi maletín fui a las escuelas… Luego de visitar cada una… al salir a la vereda, volvía a abrir el pesado bolso de cuero y escapándose entre pilones de papeles, las palabras salían…entretejiéndose con esa escuela en particular, conmigo misma y con la forma de mirarlas… de mirar las escuelas, de mirar los sentidos, de re-mirar las teorías…
Atravesé la puerta de esa oficina… Era mi primer día… sólo llevaba conmigo mis miedos, inseguridades y mis expectativas por inaugurar de manera adecuada mi nuevo rol de supervisora de enseñanza. Al entrar al despacho, la voz autorizada me dio la bienvenida y un abrazo… de esos que hablan solos, aunque uno no diga nada. Me habló con palabras duras, pero también con palabras cariñosas… como lo hace un padre cuando tiene que poner límites… Su discurso retumbaba en mis oídos mientras me transpiraban las manos… Me reacomodaba en la silla, tomaba aire, estaba muda… Muda yo… que siempre suelo tener algo que decir… Entre todo lo que me dijo, dijo que iba a conocer en profundidad el sentido de la palabra “diversidad” … dijo que tendría que abrir la cabeza para dejarme sorprender… “El Diseño Curricular es prescriptivo”, recuerdo que le dije, posicionada firmemente en la norma y en el deber ser. “Sí… pero nunca te olvides que también es común, relacional y paradigmático” …, agregó, y recalcó que tendría que aprender a escuchar y a mirar con ojos nuevos… ¿Con ojos nuevos? me pregunté yo… que venía estudiando tanto… Pero no se lo dije… Simplemente traté de recordar lo más posible sus palabras al salir de la oficina ese día… En principio, creí que las había entendido… Pero no dejaba de preguntarme… “¿Qué me habrá querido decir?”
Empecé a recorrer algunas escuelas… casualmente, las primeras fueron aquellas con las que me sentí identificada… se parecían un poco al lugar del que provengo… Otras eran el fiel reflejo de mis prejuicios…
De a poco, estrenando mi rol de Inspectora de Nivel, comencé a visitar escuelas cada vez más diferentes a las que yo conocía, aquellas con una idiosincrasia muy particular, una ideología y una pedagogía muy marcadas... Toneladas de prejuicios se me venían a la cabeza con sólo escuchar sus nombres… Mi sentimiento era un poco de enojo y mucha curiosidad… acompañada de una pizca de desprestigio, que considero vergonzoso reconocer… ¡Qué miedo me daba que en esos lugares con denominación y apariencia de salones de fiestas infantiles, no hubiera situaciones de enseñanza!
Me paraba frente a la puerta de la escuela… y si no hubiera sido porque repicaba en mi cabeza la consigna, hubiera entrado decidida a colgarle una faja de clausura… Pero no dejaba de repetirme a mí misma: “escuchá… déjate sorprender… tratá de comprender su lógica…” y posicionada en ese lugar, respiraba profundo, y me disponía a tocar el timbre… para sumergirme en un universo desconocido… pero que decía llamarse “escuela” … SE LLAMABA “ESCUELA” ... Tan diferente de aquella, a la que considero “mi lugar en el mundo” … tan diferente a la escuela aprendida, a la escuela enseñada…
Diferente… pero ¿Más o menos válida? Esa era la pregunta ya a esta altura…
Toqué timbre. La puerta se abrió, y al atravesarla, el ambiente habló solo… con colores, sonidos, olores,… la anfitriona casi a su servicio, lo ponía en palabras… al recibirme desarrollaba toda su propuesta, convencida de lo que estaba haciendo. Su ir y venir en el lenguaje desplegaba una pasión contagiosa y mucho de fundamento y de sentido… Mi cabeza… escuchaba… miraba… interpretaba… y palabra a palabra iba tejiendo y destejiendo relaciones con el Diseño Curricular…
Veía las prácticas áulicas… si las miraba en forma descontextualizada, hubieran estado absolutamente carentes de significado… Esas cosas no se hacían en la escuela aprendida, en la escuela enseñada… Cualquiera que las hubiera visto en una foto, hubiera podido clasificarlas fácilmente como alguna práctica de aquellas ya desterradas, arraigadas en algún paradigma anterior… Pero no vi las fotos. Las vi en vivo y en directo. Vi intervenir a las docentes, interactuar a los niños… y pude escuchar la fundamentación que minuto a minuto se sostenía desde el relato… Volvía a interpelarme mi cabeza, una y otra vez… me preguntaba y repreguntaba… ¿Acaso no es esta una situación de enseñanza? ¿Acaso estos niños no se encuentran aprendiendo? Era diferente, sí. Pero era “escuela” … y “ESCUELA” con mayúsculas… Empecé a repensar la Política Educativa, a hacerle preguntas… a revisar si el Diseño Curricular no se estaría olvidando de algo… si no debería incorporar tales o cuales cuestiones… Salí de ahí emocionada, conmovida… conmovida por el hecho educativo. ¿Cómo hubiera sido la misma experiencia… si yo no hubiera podido leerla?... ¿Cómo hubiera intervenido desde mi nuevo rol?... ¿Qué es valorable?, ¿Qué está bien y qué está mal?, ¿Qué es condenable dentro de lo pedagógico en el marco de unas prácticas educativas armoniosas, con sentido y respeto por uno mismo y por los demás? ¿Con qué vara se mide? ... Una vorágine de preguntas me invadió la mente en ese instante… Se me cayeron todos los libros, que tenía ordenaditos en la estantería… Todo lo que me hubiera perdido… si no hubiera podido mirar… escuchar… si no hubiera tratado de comprender… Cuánto para aprender queda cada día…
La capacidad de poder leer la propuesta educativa… me dio las herramientas para poder asesorar, desde un lugar que resultara significativo para esa escuela en particular, que se atara con su sentido y que no quedara retumbando como un eco vacío, sino que se anclara en su particularidad, en sus proyectos y en sus posibilidades reales. Creo que fue el asesoramiento más pertinente que di… fue necesario entretejerme con ese lugar… ser parte, sin ser parte… para poder dar algo que tuviera verdadera relación con ellos…
Nunca solté eso que me dijo… y a partir de esa entrevista inaugural aprendí la magia que conlleva dejarse sorprender… con profesionalismo, con criterio pedagógico, amparados en la normativa… pero, como diría Francisco Tonucci, con ojos de niño.
Cada vez que asoman las palabras del maletín, vuelvo a dejarlas salir, vuelvo a pensarlas… a ver qué más encierran…


Németh, Lucila:
Licenciada en Educación Inicial. Inspectora de Enseñanza Nivel Inicial, DIPREGEP, Distrito San Isidro, Región 6.

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2 Trabajar lo inesperado

“Claramente, algo había cambiado…” formula Hernán y nos invita a pensar en esa cualidad que debe encarnar la labor docente y que no nos la enseñan en la formación… la flexibilidad, la capacidad de adaptarnos a las realidades que enfrentamos, adaptarnos, modificando nuestras creencias, tomando lo nuevo y lo que traemos…
Dalia, a su vez, cuestiona lo naturalizado, intentando optimizar el tiempo y dejando entrar esos “contenidos” que van más allá del Diseño Curricular. Abre espacio a un tiempo distinto, un “tercer tiempo” donde la participación colectiva no excluye a nadie, un modo distinto de enseñar y aprender, “un tiempo… lleno de ese otro contenido que enseña, enriquece y enaltece”.
“¿Nos permitimos abrir nuestras puertas a lo desconocido o nos quedamos parados, inmovilizados esperando la oportunidad de que alguien tenga el atrevimiento de abrirla?”, se pregunta Evelina. ¿Serán nuestros alumnos quienes se atrevan a invitarnos a dar este paso?
En nuestro desempeño profesional como docentes, solemos encontrar estos “Personajes emblemáticos”, según Lucila, quienes nos inquietan, nos desafían, nos interpelan. Y nos invitan a ir y venir con ellos, enredándonos y desenmarañando lo trazado. Dejándonos abrazar por ellos…
Así también, “Banana a la escuela”, de la mano de Juliana, nos hace pensar en algo distinto, fuera de lo común o esperable. Nos convoca a recorrer su ingreso al aula, haciéndonos parte de esta vivencia y dejando explícita la necesidad que nos brota en nuestras prácticas de acudir a la creatividad, de echar mano a recursos diferentes a los estudiados, de imaginar y generar nuevas estrategias.
Estos relatos que “trabajan lo inesperado” nos proponen correr el velo de las creencias y los prejuicios, los propios y los de nuestros alumnos, para construir una nueva historia, para situarnos en un proceso de enseñanza y de aprendizaje empático que respete al otro y sus necesidades.
Los invitamos a adentrarse en cada uno de los relatos y reconocer en ellos sus propias experiencias, sus propios desafíos, sus ganas de crecer...

Anabella González, Paula Naveilhan

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2.1 Algo cambió entre nosotros.
Por Hernán Rosain


Así como me quejo (muchas más veces de las que me gustaría) de mi oficio, y por momentos me sorprendo de las ocurrencias de mis alumnos (con el más grande respeto y tratando de comprender qué razonamiento novedoso emplearon para elaborar sus respuestas), guardo el recuerdo de un día muy particular que me tocó vivir durante el final del primer trimestre del primer año que trabajé en un colegio del barrio de Virreyes. La institución está catalogada como “la mejor de la zona”, cuenta con un edificio de magnitudes considerablemente grandes (comedor, estacionamiento, cancha de césped, sum), aulas equipadas con todo tipo de lujos (pizarra, parlantes, proyector, notebook) y un cuerpo completo y variado de docentes, preceptores y gabinete psico-pedagógico. Sin embargo, los hogares que rodean al colegio son de estructuras más bien humildes, muchas de las cuales están construidas con ladrillos y material sin revocar, en algunos casos incluso sin ventanas o puertas. Aquella diferencia geográfica entre la escuela y el barrio se refleja en los alumnos: la exigencia académica excede muchas veces las posibilidades reales de los chicos, ya sea porque llegan sin dormir, con hambre o enfermos.
Durante una de las dos horas libres que tengo los miércoles por cuestiones institucionales, me disponía a desayunar cuando vi que entraba a sala de profesores una de mis alumnas de primer año, la cual estaba con el estómago vacío y muerta de sueño. Ya me resultaba normal este panorama y el modo de proceder de los preceptores que los acompañan a que tomen algo caliente al salón. Como yo estaba ahí, sin intención de irme a otro sitio, y esa era la primera vez que le ocurría a uno de mis alumnos, decidí sentarme con ella y conversar un rato.
Se llama Malena y, desde el nombre, me generó cierta simpatía por recordarme al tango. Mi relación con ella no comenzó muy bien que digamos, porque casi siempre tiene una actitud agresiva con sus compañeros e incluso ha llegado a agredirme de cierta forma; pero ese día estaba mucho más calmada y pudimos hablar acerca de muchos temas. Me contó sobre su familia, su casa y sus hobbies; a todo esto, yo conocía algo de su historia por boca de los mayores: que dormían siete hermanos en dos colchones y una tenía un bebé, que no vivían con el padre y la madre sólo se ocupaba de trabajar para poder pagar los gastos. Algunas de estas cosas que yo había escuchado las contó con la mayor naturalidad. En ningún momento se quejó ni se compadeció de sí misma, y hasta llegó a tener la cortesía de preguntarme sobre mi vida personal.
Hablamos un rato largo; como me di cuenta de que rehuía a volver al aula, le recordé que tenía que dar mi evaluación por haber faltado el lunes anterior. Me confesó que no había estudiado, entonces saqué una de las evaluaciones para mostrarle las preguntas y tratar de resolverlas entre los dos. No fue algo premeditado, pero me surgió la idea de tomarle allí mismo la evaluación, de manera oral y acompañándola en su razonamiento. Sin que se diera cuenta, fuimos solucionando la evaluación los dos, sin los conceptos o términos que yo di específicamente en clases, pero de una forma en que ella pudiera explicármelos del modo más cercano posible. Debo admitir que me sorprendió con los sustantivos y más todavía con la sintaxis. Cuando terminó, la miré y le dije:
-¿Me creés si te digo que acabás de hacer la evaluación?
Malena no entendió bien mi pregunta, así que le expliqué que había decidido tomarle la evaluación de modo oral y que había aprobado con un ocho. De golpe se puso tímida y empezó a reírse en silencio. Como vi que había transcurrido una hora desde que comenzó nuestra charla, le dije que ya era tiempo de que volviera al aula. Nos saludamos, me agradeció y seguimos camino cada uno por su lado. Luego, cuando la tuve con los demás, claramente algo había cambiado entre nosotros. Esa experiencia concluyó allí, pero minutos después ocurrió otro encuentro.
Cuando volvía del baño, me acerqué a uno de los preceptores para contarle el hecho en cuestión. No estuvo muy de acuerdo con el trato especial, ni con la ayuda que le ofrecí, pero reconoció que su situación es compleja, ya que tuvo a uno de sus hermanos a cargo el año anterior, y que un acompañamiento más cercano y un poco de afecto por parte de los profesores no le vendrían mal. Al rato (supuse que sin conocer esta situación), otro de los preceptores se sentó al lado mío sin previo aviso, con una actitud muy obvia de que iba a decirme algo. “Así como se tienen que decir las cosas malas, también tengo que decirte las buenas. Tengo que felicitarte por el trabajo que estás haciendo con los chicos. A pesar de que sean revoltosos y no muestren mucho interés, cuando hablan con nosotros nos damos cuenta quiénes van con propuestas que les gustan y trabajan todo el tiempo con distintas modalidades. Te agradezco en particular que les pases canciones, videos y les hables de cosas que ellos conocen. A pesar de que no te lo digan a vos, a nosotros sí; y eso merece un reconocimiento. Me pone muy contento que te tengamos en este colegio”. Esto fue inmediatamente después del primer episodio, y casi me puse a llorar estando solo en la sala, pero me contuve porque tenía que seguir dando clases.
Durante los últimos minutos libres que me quedaban antes de que tocara el recreo, la directora de secundaria estaba buscando a alguien por los pasillos. Siempre quiere comentarme algo, pero terminamos hablando dos días después. Cuando me vio, me preguntó por una visita a la Biblioteca Nacional que estaba organizando con los segundos años y le comenté que, por consejo de la secretaria acerca de los gastos y la responsabilidad que implicaba trasladar hasta Capital a sesenta y un chicos, sólo íbamos a poder ir algunos de cada división y no ambos completos como estaba previsto. La directora se mostró disconforme con la decisión y me dijo que de ninguna manera iba a permitir que sólo algunos fueran, así que iba a hacer todo lo posible para que fuéramos todos juntos con el número necesario de acompañantes. Y lo logró.
En un mismo día conversé con tres personas diferentes con las que tengo una relación muy distinta: una alumna, un colega y un superior; todos me mostraron una cara diferente de mí mismo y el valor que tengo en ese circuito que llamamos educación. Me mostraron que ellos también me afectan y me cambian, me apoyan y depositan su confianza en mí. Hoy tengo que mirar la escuela con otros ojos y agradecer el espacio que me brindan para llevar a cabo un trabajo que apenas estoy comenzando.


Diego Hernán Rosain:
Licenciado y Profesor Normal y Superior en Letras por la Universidad de Buenos Aires (FFyL-UBA).

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2.2 La Justificación.
Por Dalia Falcón


Que los adultos estudian sentados en la mesa, es cierto, que lo hacen entre papeles, lapiceras, carpetas, termo, mate y galletas, también. En este grupo tres mamás traen a sus niños (lo que a veces dificulta la tarea de enseñar por que salen, entran, gritan, corren, o todo junto al mismo tiempo).
Estaba tomando lista, y entre el presente y el “no vino” algunos preguntaban si me entregaban la tarea, mientras que otros, desde lejos, a voz alta, se disculpaban de antemano porque debido al trabajo no tuvieron tiempo para realizarla. Estábamos en eso, cuando se abrió la puerta y entro Camila, sonriente (como es ella); feliz, saludando a todos con un beso, un “cómo estas”, un “qué hiciste”, un “yo quiero mate”. Se la escuchaba eufórica. Ese día llevó el pelo suelto. Tenía el pelo ondulado. Rubios y platinados (que le quedaban muy bien), de altura mediana, tez blanca, ojos color celestes, delgada, bonita. Junto a ella, Tomy, su hijo, de primer grado, muy parecido a la mamá.
Realmente la relación entre los integrantes del grupo era muy buena…se acercó con un fantásticamente divertido:
-¡Hola profe, qué linda que esta hoy! ¿Toca salir con el novio?
Levanté mi cabeza para responderle el saludo y la ví, mejor dicho la miré, bonita como siempre, simpática como nunca. Este día se había maquillado, pero nada de eso podía ocultar el gran ojo morado. Seguí mirando, el cuello con marcas. Continué observando, no podía mover el brazo. No pude más que preguntar ¿Qué te pasó? Y allí comienza el relato repetido de su vida.
- “Él es muy bueno pero cuando toma o se droga se pierde, a veces no regresa a casa, porque sabe que a mí no me gusta. Esto fue hace tres días, ahora no es nada, lo que pasa que el moretón baja”.
Creo que la situación nos conmovió a todos, porque en ese preciso momento, TODOS comenzaron a hablar. Surgieron historias parecidas a ésta, o parecidas a otras. Criticamos, tratamos de entender, tratamos de hacerle entender, debatimos, reflexionamos, buscamos ayuda entre los conocidos de los mismos compañeros: “que la parroquia tiene un grupo que ayuda en estos casos”, que “mi amiga participa en estos grupos”. Aparecieron muchos temas como violencia de género, el femicidio, drogadicción, la familia, los hijos, la prevención, los pasos a seguir, la solidaridad, el amor, el abandono, el por qué, el Estado, las leyes, la justificación.
Y allí, sin planificar, emergió uno de esos tantos momentos que pasamos en los colegios.
Quienes recorremos sus aulas, quienes sabemos que es deber, por contrato, dar ciertos contenidos, (los valederos, según el currículum), aprendimos que a veces hay tiempo muerto (ése que no utilizamos para enseñar nuestro contenido específico, pero que pasa); también y parafraseando al rugby, diré que hay un tercer tiempo, ese que uno disfruta con el otro, el que vino a combatir y a compartir con vos, y aquí hubo tercer tiempo. Un tiempo sin contenido de lo planificado para ese día, pero lleno de ese otro contenido que enseña, enriquece y enaltece, el de pensar y repensar ciertas situaciones; y acá combatimos todos contra una justificación aceptada como forma de vida.
De repente me vi parada frente a una experiencia angustiante, pero me di cuenta que eran tantas las ganas de concientizar y entender de todos, que ellos enriquecían la clase con su aporte. Hemos aprendido entre todos, de todos. Cada uno con su bagaje, su experiencia, dio contenido, ese “otro contenido” del cual la escuela también está llena.


Falcón, Dalia Daniela:
Licenciada en Ciencias de la Educación. Profesora en Nivel Secundario.

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2.3 Interrogantes.
Por Evelina Montini

Hace casi veinte años o más, en una sala amarilla de niños de 5 años, donde era la maestra, avanzado el año se presenta la directora anunciando que comenzaría un nene proveniente de otra institución. Avisa que viene con experiencia, así que no costaría su adaptación ¿A qué hacía referencia con ello? ¿Adaptación al jardín, a los compañeros, a la vida? ¿Adaptación de quién?...
No recuerdo su nombre, pero sí su carita… seria, con la mirada hacia el piso, parado al lado de la puerta. Al acercarme para darle un beso, emite un grito y no insistí. Sólo le conté como me llamaba, lo invitamos a jugar y no quiso, al ratito se fue. Al día siguiente y en los demás su lugar fue ese espacio de la puerta. Nunca sostenía la mirada, ni al adulto ni a sus compañeros. Sólo se sentaba en el piso y hacía balanceos significativos. Cuando uno se quería vincular podía emitir gritos muy agudos o tirar los juguetes, elementos que se le ofrecían.
Qué desafío, no encontraba el modo de conectarme. A veces parecía que en realidad todo lo irritaba más.
La madre decía que era tímido, pero muy cariñoso… y yo no lograba encontrar el punto de conexión. Tratábamos con el resto del grupo de invitarlo a participar en distintas actividades y nada… las horas que estaba en el jardín eran cargadas de sentimientos encontrados y una sensación de vacío, de no saber qué hacer y pensar que para él tampoco era bueno lo que se le ofrecía.
Hablé con la directora, con el equipo de orientación y me dijeron que la madre necesitaba trabajar, que por ello el nene debía permanecer en el jardín. Que como docente tenía que encontrar la forma para que participara. Sólo eso… nada de apoyo, nada de acompañamiento… Leí mucho, buscaba materiales, libros de cuentos con diversos personajes, todas las maestras me daban ideas. El resto del grupo agradecido por todo lo novedoso que experimentaron, pero en él no se veían cambios.
Un día, sentados en ronda, compartiendo la narración de un cuento, lo vimos acercarse y se sentó detrás de mí. No interrumpí la lectura, sólo acondicioné la muestra de las imágenes como para que las pudiera ver. Al finalizar volvió al lugar elegido desde el primer día…
En otro momento logró armar algo con ladrillitos (Legos) en el piso ya que me ponía a jugar frente a él y así comenzó a construir algo.
Llegando casi a fin de año, ya habíamos logrado conectarnos a través de juegos de mesa, construyendo juntos, casi sin hablar, casi sin darle besos, abrazos como a los otros niños. Muchas veces me fui con la desazón de la frustración de no haber logrado transmitirle algo. Pero hoy en la distancia también pienso que sí, siempre algo queda. Esta historia me marcó para ampliar mis conocimientos, para encontrar respuestas, adquirir elementos para estar frente a niños con dificultades y el saber cuánto tenía por andar…
Todavía hoy lo veo allí, siempre parado en ese lugar, la puerta… ¿Realmente colaboramos para que se abra, le permitimos traspasarla?... ¿Nosotros nos permitimos abrir nuestras puertas a lo desconocido o nos quedamos parados, inmovilizados esperando la oportunidad que alguien tenga el atrevimiento de abrirla?...
Al finalizar el año la madre agradeció emocionada lo hecho, por la contención… y a mí siempre me quedó el interrogante si habré hecho lo correcto… Nunca lo sabré, pero si fue una experiencia que me marcó demostrándome lo mucho que me faltaba por aprender.


Montini, Evelina:
Profesora de Educación Inicial. Directora Jardín de Infantes Estatal. San Isidro.

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2.4 No sería lo mismo cualquier colectivo, sin Kari.
Por Lucila Németh


Cada colectivo debe tener su personaje emblemático… al menos eso supongo, ya que en el colectivo que elegí coordinar, así sucedió.
Llegó al fin ese primer día… ese primer encuentro que tanto tiempo atrás me había dado cosquillitas en la panza.
Reencontrarme con mis amigas, desde otro rol: “coordinadora de un colectivo de docentes narradores de experiencias pedagógicas”. De todos los grupos posibles que podría haber elegido coordinar, este era especial. Me desempeño en un cargo jerárquico del sistema educativo, soy Inspectora de Educación Inicial y tenía la necesidad de coordinar un colectivo que no me reconociera como autoridad pedagógica, que pudiera abrir rápidamente las emociones y el corazón. Y la elección fue, por lejos, la más acertada.
Nos reunimos en un ambiente por demás acogedor, todo estaba dispuesto: colores, aromas, sabores… todo colaboraba para que el clima fuera perfecto y su anfitriona, Kari, se desvivía para que nos sintiéramos cómodas.
Yo estaba nerviosa, y todas: ansiosas. Ni bien llegamos se acomodaron en los sillones, en torno a la mesita ratona repleta de cosas ricas… ¡Hasta Celes había cocinado una torta! Y con los ojos abiertos, pero muy abiertos me animaban a empezar.
Y allí estaba Kari, entrando y saliendo de la cocina… cuando todas ya estaban listas, ubicadas y atentas…
Empecé a ofrecer el encuadre de trabajo, el primer momento fue de nervios, pero bastante sencillo, casi como una exposición… Las chicas confiaban, escuchaban, les diría que hasta se maravillaban. Las atraía la propuesta de volver a estar juntas, en torno a lo pedagógico, como cuando aquel Jardín de Infantes de San Fernando nos convocaba como plantel docente tan joven en su pequeño SUM9 , hace casi 20 años. ¡Las más nuevas aprendimos tanto de las que ya llevaban recorrido un poquito más de ese camino!
Kari intervenía ansiosa, como loca: “¿Hay que entregar?, ¿de qué tema hay que escribir?, ¿tiene que tener relación con el nivel inicial?, ¿qué extensión tienen que tener los relatos?”…
El resto del grupo la contenía: “Kari, escuchá… nos está contando, ya nos va a decir…” y entre interrupción e interrupción, yo respondía alguna pregunta cual bocadillo, para intentar mantener las aguas lo más calmadas posibles.
“Les voy a leer el relato de Pedro…”
“¿Quién es Pedro? ¿Es maestro de grado?”
“Ya se van a enterar” …
Comencé la lectura… escuchaban conmovidas, movilizadas… Kari interrumpía… de manera casi constante… No creo que ella fuera consciente…
“Esperá Kari, esperá…” recuerdo que le decía, y, en ocasiones, sólo actuaba como lo he hecho algunas veces ante mis alumnos de Jardín: simplemente la miraba y continuaba la lectura cambiando un poco el tono de voz.
El relato de Pedro, “el súper maestro”, evoca otras historias, y sentí que la moderación se me iba un poco de las manos… Algunas de las chicas empezaron a compartir otras experiencias, Kari interrumpía, preguntaba, quería saber más de todo… Comenzamos a definir de qué se trata “comentar”…
Decidí leerles el relato de Juliana10 , para que tuvieran la oportunidad de escuchar uno bien diferente, y no se sintieran tentadas a tomar el primer relato como modelo.
“Esta vez no vamos a comentar”, recuerdo que les dije. Kari se inquietaba, preguntaba: “¿Pero por qué no podemos comentar?”
Ya no daba más. Le dije claramente y en un tono algo duro: “Mirá Kari, no vamos a comentar porque coordino yo… Cuando coordines vos, lo decidirás…”.
Después de la lectura, se creó un clima de silencio… ¡No podía desaprovechar la oportunidad! ¡Era el momento perfecto para invitar a la escritura! Y así lo hice… con la consigna: “¿Cómo llegué hasta aquí?”
El colectivo se acomodó en los sillones y se sumergió en la escritura, de manera fluida y espontánea… Se veían caritas de concentración y placer, algunas sonrisas que sólo, quien las deja entrever, sabe qué recuerdos traen a la cabeza…
“Yo no puedo”, dijo Kari. No hubo un solo integrante que no la animara a intentar.
Kari se cambiaba de lugar, se agarraba la cabeza, sus gestos eran más bien de sufrimiento… Escribía, tachaba con firmeza… levantaba la vista, mirando… ¿Nada? Y volvía a escribir y a tachar.
Preguntaba en voz bien alta, hablaba… y yo sentía que se rompía el clima del resto del grupo.
Pasados más de treinta y cinco minutos, un tiempo más que considerable, las volví a reunir y les propuse compartir la lectura de los relatos. Los relatos eran emotivos, movilizaban sentimientos, venían cargados de historias y se nos escapaban algunas lagrimitas; los primeros comentarios surgieron espontáneamente. Me mordía los labios, para no obturar con mis palabras, las de los demás… así que decidí escribir y guardar mis comentarios para el final.
Todo marchaba bien, Kari comentaba por poco, pidiéndole explicaciones a la planificación didáctica, estaba como nerviosa… Con todo el cariño del mundo volví a redefinir la necesidad de que los comentarios le aporten a la autora y al texto. Kari se esforzaba por seguir comentando, ajustándose a lo propuesto. Participaba activamente. Muy activamente.
Las chicas leían, Kari iba y venía del baño y de la cocina, contaba algunas de sus experiencias, reiteraba, necesité retomar constantemente el hilo de lo que venimos haciendo o hablando.
Y “llegó el turno” de leer el relato de Kari: que comunica que no terminó… que lee un poco, que un poco explica, que otro poco argumenta, que se enreda y desenreda en sus palabras, que va y viene… que arma un bollo de tamaña magnitud que nos cuesta encontrar por dónde pasa el sentido de su texto… Aún así, agarrándonos un poco del texto, otro poco de la explicación, todas comentamos… Y fueron comentarios hechos con amor, que brindaban contención, estímulo y aliento…
Fue lindo ver al resto del grupo comentar así el texto de Kari.
Había terminado el primer encuentro… Y yo casi que había salido de ahí con una Kari-fobia. “Es un buen desafío, te vas a encontrar con otras personas así durante experiencias de coordinación, definitivamente hay que vivirlo” me decía a mí misma, animándome a continuar…
Nos despedimos, con la promesa de continuar en la virtualidad.
Kari escribió su texto 1- versión 1… o ya una versión 2…
Fluido, leíble, coherente, cohesivo… Fue lindo leer a Kari on line… Y recordar todo aquello que nos había contado en relación a su relato para poder entretejerlo con él.
No sé cuántas fueron las veces en las que respiré hondo pensando en Kari y en el encuentro número dos…
Pero, como siempre, Kari rompió todo tipo de estructuras, pateó todo lo que uno pudiera tener pensado… comentó de manera ajustada, pudo ser más respetuosa de los tiempos de las compañeras y logró construir su texto 2… con más carita de placer, sin tachaduras… también pudo leerlo casi de corrido… el texto era un “señor texto” y contaba lo que Kari quería contar.
Personajes desafiantes, entrañables, adorables… pasan por nuestra vida, nos desequilibran, nos movilizan y al final, a veces nos abrazan… como nos abrazó Kari con sus textos…


9 Salón de Usos Múltiples
10 Juliana Batista Faria- “Banana a la Escuela”

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2.5 Banana a la Escuela.
Por Juliana Batista Faria


Aquella experiencia pedagógica sigue siendo inolvidable.
Los primeros dos meses de clases habían sido poco provechosos. El primer mes ellos tuvieron profesores sustitutos para las clases de Geografía, Lengua Portuguesa, Matemática, Educación Física, Historia y Ciencias. Al mes de marzo llegamos los nuevos docentes y no conseguíamos darles clases del modo como antes sabíamos hacer…
Un ruido mortal. No hubo tiempo para pensar en respirar…
Cuando llego cerca de la puerta del aula, veo el caos instalado. Alumnos saltando, corriendo, subiendo en las mesas y sillas, tirando objetos, gritando, peleando entre sí, acostados en el piso. ¡Parecía un grupo de salvajes y de locos! Un grupo de estudiantes pasaba banana en el pizarrón. ¡Eso! Banana. Otro grupo tiraba la banana hacia al ventilador de pared prendido. ¡Eso otra vez! Banana. Yo no lograba entrar en el aula porque otro grupo de alumnos se amontonaba en la puerta para decirme “yo no hice nada”, “fue fulano”, “yo les dije que pararan”, “profe, fulano agarró mi borrador y no me lo quiere devolver”, “profesora, ¿puedo ir al baño?”, “profe, si querés, te ayudo a limpiar el pizarrón”, “profesora, ¿quiénes son esos dos?” Eran tantas frases y preguntas mezcladas con aquel griterío, que ellas siguen en mi cabeza hasta hoy. Escribir este relato me hace sentir como si volviera a la misma sensación de ese día. Lo que me hace faltar el aire…
Y por hablar del aire... Fue con él que comencé a negociar aquel instante. Me acuerdo como usaba la respiración para intentar calmarme y buscar alguna idea brillante para solucionar aquella situación.
Primeramente yo les dije a Paulo y Ana, los nuevos residentes de mis aulas, que se quedasen tranquilos, que el grupo de alumnos estaba más agitado que la costumbre y que yo encontraría una manera de calmarlos (¡seguro que no tenía yo la menor idea de cómo hacerlo!). Bueno, a cada alumno que intentaba decirme algo, le decía la misma frase: “ayudáme a solucionar la situación yendo a tu silla, ¿sí?”. Si había insistencia en continuar, yo le decía “por favor, chiquito/a!” y con mis manos delicadamente le ayudaba a reposicionar su cuerpo en dirección al caos, para que regresase a su silla. Y fui pasando entre los chicos y chicas, sin reprobar ni aprobar sus actitudes, “saltando” cada escena extraña que veía – era como caminar por un escenario de guerra, buscando no pisar en las bombas enterradas. Finalmente llegué hasta el frente del aula y puse mis materiales sobre la mesa.
Durante algún tiempo observé al fenómeno en curso, reconociendo a cada niño, uno por uno, percibiendo cuál era su actitud en relación con los demás. Y ellos continuaban haciendo de todo como si yo no estuviera allí. Algunos niños sentados me miraban con los ojos muy abiertos, claramente esperando que reaccionara enérgicamente a aquella guerra con olor a banana. Otros me miraban con cara de desafío; golpeaban al amigo o pateaban el asiento y me “decían con los ojos”:
– Y ahora profesora, ¿qué vas a hacer conmigo?
Otros reían mucho. Una chica estaba con todo el material de Matemática organizado en la mesa para empezar la clase (¡esa fue la que más me espantó!). Y los gritos continuaban, mesas y sillas se empujaban, carcajadas... Banana... Recostados en la pared del fondo del aula los residentes miraban todo con espanto.
De repente tuve la tan deseada idea brillante: anotar nombres en el pizarrón. El/la lector/a podrá pensar: ¡Che! Que cosa más anticuada... Bueno, lo que hice yo fue: despacio y aleatoriamente escribí los nombres de los alumnos, utilizando los espacios del pizarrón que estaban sin banana, haciendo curvas y dibujos con los nombres, cruces de palabras, formatos diferentes de letras. Cuando los alumnos empezaron a ver sus nombres anotados, una mezcla de indignación con sorpresa comenzó a surgir:
– ¡Profesora, pero yo no hice nada!
– ¿Ves? ¡Bien hecho! ¡Ella anotó tu nombre!
– ¿Por qué mi nombre está junto con el de fulano?
– ¿Por qué mi nombre está escrito así?
– Yo sabía que ella iba a anotar mi nombre...
– ¿Usted no va a decir nada, profesora?
Yo no le respondía a nadie.
El silencio empezó a llegar lentamente. Cada nombre escrito era un misterio para los alumnos. Yo de mi parte comencé a sentir que eran divertidas las charlas y preguntas de ellos. ¡Ahora era mi oportunidad de ganar la batalla! Y volvía mis ojos misteriosos a ellos, como quién buscaba algo… Era casi un teatro. Y encontraba un nombre más para continuar escribiendo. Y feliz yo lo anotaba en el pizarrón, mientras planificaba más o menos lo que iba a hacer con aquel silencio invadiendo el aula. Y los alumnos se volvían cada vez más con “cara de tontos” y de sorpresa. Al final, todos tenían su nombre en el pizarrón, incluso Paulo, Ana y yo.
Un silencio mortal. Respiro…
– Primeramente ¡buenas tardes! Ustedes ya me conocen, ¿no? Yo soy Juliana, profesora de Matemática novata en la escuela, pero ya estoy hace casi un mes con ustedes, ¿no es cierto? [Borré mi nombre]. Aquellos allá son Paulo y Ana [Borré sus nombres], los profesores estudiantes que estarán con nosotros este semestre. Vamos a darles “bienvenidos con banana”, ya que ésta es la fruta del día, ¿qué les parece?
Los alumnos se rieron, algunos con “sonrisa amarilla”.
– Paulo y Ana, por favor, ¡no se asusten! Esta sala está muy confusa hoy, vamos a investigar lo que pasó... No entiendo nada qué pasa, tampoco lo que hice yo. Me puse a escribir los nombres de las personas por aquí y allí, más o menos como una loca, ¡creo que la banana me subió por la cabeza! [Risas del grupo]. Bueno, yo sé por ejemplo que Fernanda [Borré su nombre] yo la escribí porque yo pensé que era muy raro que ella estaba sentada, muy tranquila, pronta para empezar la clase, lo que era raro, ya que el resto del “mundo” parecía que iba a terminar. Ella salió de órbita, ¿no? Eso es lo que yo llamo “viaje a la mayonesa” cuando el plato del día es “bananada” [risas del grupo]. ¡¿Y el caso de Raquel [Borré su nombre]!? ¡Ella se ofreció a ayudarme a limpiar el pizarrón! Yo pensaba que solamente podría hacerlo con helado, pues así se podría comer una Banana Split, ¿qué tal? [Risas del grupo] Bueno, yo estoy comentando primero los casos en que yo vi alguna actitud que sería interesante por parte de uno, pero parecían incluso mentira delante de tanta confusión por aquí. De cualquier forma, quiero agradecerles a estas chicas por el hecho. Yo quiero comentar también algunos casos que a mí me parecieron muy raros: por ejemplo, ¡Antonio! [borré su nombre] Él subía en la mesa desesperadamente!!! ¿Algún ratón pasaba por aquí? [risas del grupo]. Otro ejemplo: Pedro [borré su nombre] a mí me pareció el más siniestro! Él golpeó a su colega, me miró, ¡notó que yo lo miraba y lo hizo otra vez! ¿Eso es alguna broma o es de hecho verdad? No creo que sea posible...
El silencio continuaba, pero yo percibía que los alumnos respiraban más tranquilos y algunos habían pasado “a mi lado de la guerra”.
– Ustedes no necesitan responderme todavía, ¿saben por qué? Porque todo lo que vi puede no ser toda la historia. Solamente ustedes pueden contarme la historia desde el inicio y ayudarme a comprender lo que pasa aquí. ¿Por qué niños que recibieron una merienda de la escuela deciden donarla al pizarrón y al ventilador? ¿Por qué acaso esos objetos sienten hambre? ¿Por qué algunos chicos que estaban participando en la “bananada”, cuándo vieron a la profesora prontamente le dijeron “no fui yo”, dejando la culpa solamente para los amigos que no me habían visto llegar? ¿Será que esos chicos fueron abducidos por un ET y se olvidaron de todo lo que hicieron? ¿Por qué? ¡Ohhh cielos! ¿Por qué? [Yo simulo un desmayo de desesperación... Los alumnos se rieron]. ¿Será que ahora que ya entendieron que no estoy enojada, ustedes pueden ayudarme a desvelar el misterio?
– Profesora, ¡yo estuve quieta todo el tiempo!
– Profesora, yo vi cuando los chicos empezaron a poner banana en el pizarrón.
– Profe, yo llegué aquí y todo ya estaba pasando…
Yo intervine y les dije:
– ¡Esperá! Vamos entonces a borrar del pizarrón los nombres de aquellos que son testigos del caso [les borraba el nombre mientras me los decían].
Hubo protestas.
– ¡Mentira, profesora!, ¡Él hizo eso y aquello! [los denunciantes entraban en la escena]
– Calma, calma... la gente va a esclarecer todo. Eso es una investigación, ¿no es cierto? De repente un testigo puede decidir decirnos que participó solamente de una pequeña parte de la historia... Él puede estar con miedo de ser acusado de todo. Pero no vamos a obligar a nadie a decir nada. Los hechos serán esclarecidos por nuestro equipo de investigación.
Empecé a hablar como si fuera una periodista de programas populares que investigan crímenes.
– Vamos a dejar por un rato a los testigos y aproximarnos al fruto prohibido: ¿Quién fue el que peló la primera banana? ¡Estoy hablando de “bananas exterminadas” en esta escena del crimen!
De ahí una serie de revelaciones empezaron a surgir, con una riqueza de detalles impresionante. ¡Los alumnos me confesaron todo!!! Y lo que es peor: ¡la clase se volvió muy divertida! Todos los nombres fueron borrados del pizarrón. De repente me di cuenta de que no estaba poniendo el peso que yo debería ponerle a la cuestión del patrimonio público, del desperdicio de la merienda y de la indisciplina. La clase ya estaba por terminarse de manera mucho más liviana que como había empezado, entonces yo lo que hice fue decirles a los alumnos que estaba muy agradecida por su sinceridad y que continuaríamos esta charla en la próxima clase. Sentí que ellos estaban preocupados por lo que yo haría con aquellas informaciones. Yo les dije que íbamos a decidir esto juntos y que confiaran en mí como yo había confiado en ellos. Además, ¡No había nombres en el pizarrón! ¿Quién podría comprobar algo? ¡Las pistas del crimen ya no existían! A esta altura de los hechos, algunos alumnos ya se habían ofrecido a limpiar la banana del pizarrón y de la pared.
La clase siguiente era notable que algo había cambiado entre nosotros. Ellos me recibieron con tanto cariño y organización que era casi increíble. Retomé la conversación de la clase anterior, sacamos conclusiones importantes sobre la seriedad de lo que había pasado – a pesar del tono divertido que habíamos vivido – y definimos algunos compromisos que asumiríamos a partir de entonces. Pero lo que más me marcó en ese “final de la historia” fue que ellos se sintieron más tranquilos para decirme ciertas cosas…
Empezaron a contarme cosas negativas que sufrieron en la escuela desde el primer año. De todo lo que me dijeron, lo que se puso en evidencia fue la idea que tenían con respecto a si mismos: se sentían pésimos alumnos, tenían la certeza de que a ningún profesor de la escuela les habían gustado ellos, ya que siempre se iban de la escuela. Claro que intenté decirles que estaban equivocados, pero la certeza con que me decían esas cosas me espantó.
Entonces empezamos a investigar la historia de ese grupo. Descubrimos que ellos pasaron por muchos cambios de profesores en los tres años del 1º ciclo de la primaria, con dos o tres cambios de profesores por año, incluso de profesoras alfabetizadoras. También tuvieron muchos problemas disciplinares y de aprendizaje hasta el final del 4º año. El hecho de que éramos nuevos profesores, luego después de un mes de clases, nuevamente les demostraba que sus profesores los habían abandonado. O sea: la historia del grupo en la escuela de cierta manera nos confirmaba los discursos construidos por ellos sobre sí mismos.
A partir de esta clase y de otras “situaciones inesperadas” vividas por otros profesores, hubo un cambio de actitud. Pasamos a reunirnos semanalmente, afuera de la reunión semanal de docentes del 2º ciclo, objetivando construir estrategias de acción conjunta con las tres cortes de 5º año de la escuela. Organizamos encuentros con las familias de todos los alumnos, dedicamos por lo menos una hora de conversación a cada una de ellas, para reconstruir la relación de la escuela con los estudiantes y sus familias. Además, como equipo docente nos comprometimos a sostener nuestra permanencia con estos mismos alumnos hasta el final del año siguiente, concluyendo con ellos el 2º ciclo de la enseñanza fundamental en mi escuela.11
Creo que lo que “salió bien” aquél día de las bananas fue que sorprendí a los alumnos con una actitud fuera del modelo que encarna el sermón o la penalidad severa sobre la indisciplina: los hice sonreír con aquello que era serio, sin dejar de tratar la situación seriamente. Al tratarla así, pude descubrir otros elementos que me ayudaron a construir vínculos duraderos con los alumnos, sus familias y mis nuevos compañeros de trabajo.
Mis alumnos de 5º año no eran salvajes ni locos. Eran apenas niñas y niños de alguna manera cansados de ser huérfanos y que por eso decidieron “dar una banana a la escuela”.12 Con ellos y ellas aprendí que hay que dar bananas a la escuela siempre que sea necesario llamar la atención para aquello que no nos sale bien. ¡Así que no es por casualidad que me gusta comer banana todo el santo día!



Juliana Batista Faría:
Magister en Educación. Profesora de Matemática de la Escuela de Educación Básica y Profesional de la Universidad Federal de Minas Gerais. (Belo Horizonte / Brasil)

11 En el sistema educacional brasileño, la educación básica se divide en educación de infantes (0-5 años), enseñanza fundamental (6-14 años) y enseñanza media (15-17 años). En algunas escuelas se agrupan los nueve años de la enseñanza fundamental en tres etapas o ciclos de formación, que suponen una organización del trabajo pedagógico que pueda sostener un acompañamiento de los estudiantes por el mismo equipo docente a lo largo de los tres años de un ciclo. Lamentablemente, no es siempre que se garantiza el mismo equipo docente, debido a determinadas circunstancias, condiciones y configuraciones político-pedagógicas e institucionales que se entrecruzan en el cotidiano de la escuela.
12 Las comillas en esta frase enmarcan una relación metafórica de esta expresión con un gesto de los brazos que se usa en mi provincia (Minas Gerais) para expresar una ofensa o una especie de venganza a quien lo recibe. Creo que se la utilizan otras provincias de Brasil, pero prefiero no arriesgarme a afirmarlo con certeza, dada la diversidad de usos de la lengua portuguesa en las distintas regiones del país.

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3 Crecer con la escuela

Los relatos de Anabella, Mónica y Elvira nos invitan en sus historias a recorrer distintos momentos de la vida profesional que se entrecruzan con la vida misma y con los cambios en las instituciones que habitamos, haciéndonos "Crecer con la escuela". Las autoras parecen estar mirando hacia atrás, reinventando su desarrollo profesional desde lo que pasa y les pasa en sus experiencias escolares.
El relato de Anabella González muestra las dificultades, las potencialidades y la belleza de su relación con una compleja tarea a la que fue invitada por la directora de su escuela. La consigna: generar comunicación. Cada paso: incertidumbre. Cada dato: un riesgo. La pregunta: ¿Habrán podido comunicarse? La respuesta: una historia que transcurre en una escuela que está a punto de cumplir sus 50 años y nos hace sentir que "Aún podemos con lo que sucede".
Mónica Landolfi nos pone en continuo movimiento con su "Crónica de una escuela móvil". ¿Se imaginan una escuela que funcionó en una carnicería, con aulas sin puertas ni ventanas, o donde la clase ocurría al sonido de los partidos de bochas? Sí, esto y mucho más sucedió y es lo que nos cuenta esa intrigante e interesante historia de una escuela común, pero algo “particular”, que logró sostenerse sumando saberes, tomando “vientos de cambios y de sabiduría”, que la llevó a construir su “personalidad móvil y dúctil”, otorgándole una veta artística.
Elvira Gil nos cuenta cómo se trabaja “donde faltaba el dinero y sobraba el esfuerzo”, donde “sin cartulinas se podía igual” y con tres colores se “formaban paletas completas”. Es la historia de una docente que construye "Desde el cimiento" su recorrido por una institución educativa de gestión estatal que recién empezaba a funcionar en el barrio. Allí, ella comienza “a sentir, a buscar, a crecer, a llenar el vacío” con vivencias donde el amor y el dolor, la fuerza y la impotencia, las sobras y las faltas transforman su propia vida.
Estas docentes de nivel inicial, primario y secundario nos hacen viajar por nuestras propias historias, mostrándonos que los recuerdos y semillas que llevamos en nuestras propias bitácoras profesionales, tienen mucho más para enseñar y emocionar. Su lectura pone nuestro cuerpo y nuestro ideal de escuela en movimiento, nos inspira a creer que se puede con todo lo que nos sucede. Porque estos relatos profesionales son verdaderas historias de vida que transforman las escuelas, mientras transforman a quienes las vivimos.

María Alejandra Paz, Juliana Batista Faria y Lucila Németh

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3.1 Aún podemos con lo que sucede.
Por Anabella González


Considero que hay mucho por aprender, mucho por hacer y en esta hermosa profesión nada es acabado, sólo recién comienza…
Una extraña propuesta llegó, mi terreno era fértil y muchos de los que me rodeaban sabían de mis ganas por aprender, de mi curiosidad y fundamentalmente mi compromiso con los niños. La Gestión había llegado a mi vida cuando profesionalmente me encontraba en un tornado de aprendizajes.
Valeria, una persona interesada en aprender, en ofrecer sus conocimientos y que sentía mucho cariño hacía la escuela me propuso armar desde cero un Sitio en Internet, me había anticipado que no sería fácil. La escuela se encontraba atravesando uno de los momentos más importantes para cualquier Institución, pronto cumpliría 50 años de existencia por lo tanto quienes debían extender los permisos necesarios para la puesta en marcha se encontraban excesivamente ocupados con el titánico evento. Mientras pasaban los días pensaba: cómo haría para obtener la documentación solicitada por la empresa que nos brindaría las herramientas sin exigirnos ningún costo económico, es decir, en ese tiempo era la única interesada en incorporar avances tecnológicos a la escuela. Sabía que no era el momento adecuado para pensar y repensar una propuesta ambiciosa como ésta y hago aquí un paréntesis para explicar por qué tal innovación y ambición, la escuela en cuestión llevaba una existencia de aproximadamente 50 años y desde ese entonces se encontraba inmersa en una zona desfavorecida del conurbano bonaerense, una zona donde el Estado no focalizaba la mirada, donde los aportes de éste y de las familias no alcanzaban para sostener y sobrellevar las necesidades básicas que se tenían. Las familias se contentaban con lo que la escuela les ofrecía, con el compromiso Institucional de estar, de creer y cuidar a cada uno de sus alumnos desde una mirada pedagógica, social y espiritual. Sin dudas, la escuela era/es un referente para el barrio y consecuentemente para las “familias que pertenecían”.
Pero, quién podría negarse a avanzar, a mejorar la comunicación interna, al registro narrativo de las trayectorias escolares y al trabajo colaborativo entre los docentes y los niños. Todo parecía impulsar mi respuesta hacia el sí, sin embargo, conforme pasaban los días me daba cuenta que había entrado a un camino en el cual no encontraba todas las respuestas, donde cada paso era incertidumbre y cada dato, un riesgo. Fue así que comencé a plasmar las ideas y necesidades, el eje principal era “conocer y registrar las trayectorias escolares de cada alumno”, aunque eran más los que giraban en mi cabeza. Las autoridades de la escuela, pese al momento en que se encontraban apostaron a la innovación, acompañaron la propuesta y extendieron los permisos solicitados.
Mi compañera en este desafío me dijo: “podés crear una página Web para mostrar la escuela a los padres y a la comunidad toda, el trabajo que realizan, allí también podrán contar la Misión, la Visión y las novedades, los diferentes proyectos y el Proyecto Pastoral… mientras más me contaba todo lo que se podría hacer, yo no podía dejar de pensar en la posibilidad de generar comunicación, sí, pero hacia el interior del Colegio. Sin embargo, debía pensar en los dos aspectos simultáneamente: “el exterior” y “el interior”.
Fue así que acepté, convencí, estudié, conocí en mayor profundidad la historia no sólo de la escuela sino de las personas que la fundaron, de quienes iniciaron los primeros y significativos pasos, recolecté datos, me ocupé, me alegré y finalmente, luego de largos meses de trabajo sabía cómo plasmar las necesidades “que particularmente” creía que necesitaba la escuela. Durante este período entraron en escena diferentes voces mucho más significativas para la historia de la escuela, las propietarias, los docentes, las familias y su Directora, quien había sido una de las fundadoras, una de las cuatro jovencitas que iniciaron la enseñanza, allá por el año 1960, siendo una de las “guardianas de la cueva del saber”
En este proceso tan complejo se suscitaron diferentes anécdotas, pero hay una que marcó esta experiencia y no puedo dejar de mencionarla. Quién sería la persona que me ayudaría a llevar adelante tan ambiciosa e innovadora propuesta entendió todos los conceptos que la escuela estaba necesitando, es decir, plasmar un sistema de información interno (sólo para los docentes) que les permitiera acompañar a los niños, teniendo en cuenta sus diferencias, motivaciones, talentos, orígenes sociales, culturales, que les permita conocer y entender a cada uno desde su punto de partida, conociendo minuciosamente su trayectoria escolar con los logros y dificultades que ésta presentaba. Ahora bien, juntas pensábamos, cómo hacer para registrar dicha trayectoria, cómo generar circuitos de comunicación confidenciales, cuidados, flexibles, amigables para que los docentes puedan gestionar..., cómo hacer para que el registro exhaustivo de la trayectoria escolar (un alumno-una trayectoria) sea una necesidad para el docente y no una nueva exigencia, cómo convertir en datos que nos ayuden a la toma de decisiones toda la información que el docente posee sobre un alumno.
Estaba convencida que, sólo registrando, reflexionando y a partir de esto tomando decisiones precisas de forma colaborativa podríamos atender y entender las necesidades individuales, atender a la diversidad, dándoles a cada uno lo que necesita y no generando iguales oportunidades a todos sin tener en cuenta su punto de partida.
Ya sabía qué quería: “armar legajos digitales de cada alumno”, a partir de esto y sin darme cuenta, al pensar cómo diseñar el instrumento y transmitirlo a los docentes terminaba listando, pensando y conectándome siempre con aquellos niños que presentaban diferentes tipos de dificultades y venían a mi mente sus nombres, sus historias, sus trayectorias escolares… a Federico su mamá lo enfermaba constantemente, a Franco lo maltrataba, a Martina la había abandonado, de Mateo no se ocupaba, a Ángel no le creían, a Marcos lo menospreciaban, a María no la veían, a Leonardo lo culpaban, a Francisco lo presionaban y tantos otros que se habían invisibilizado… ellos, todos, tenían algo en común, no aprendían y era absolutamente correcto que como docente o directivo me preocupase u ocupase de sus trayectorias escolares en pausa o no encauzadas.
Sin embargo, no era solamente el no aprendizaje el factor determinante que me movilizaba, consciente o inconscientemente terminaba involucrándome más, conociéndolos más y hasta podía detallar el proceso que cada uno había llevado adelante en cada año de su escolaridad.
Fue entonces esta invitación la que me permitió plasmar y canalizar todo este conocimiento y acompañamiento a cada uno de mis alumnos… muchos ya habían pasado, otros aún esperaban que los miremos, que los ayudemos, que creamos en ellos. Y me preguntaba una y mil veces, era la escuela el lugar donde cada niño debía encontrar contención, afecto, seguridad. Sí, es la escuela donde yo recibí todo esto, es la escuela el lugar al que siempre quise volver, una y otra vez, pero cómo hacer para acompañarlos y no morir en el intento, cómo dejar en ellos una huella, cómo hacer para que después de haberlos acompañados sientan que son un poquito más felices y cargan con mayores herramientas para enfrentar las demandas sociales. Para poder responderme a estas y otras tantas preguntas, llevaba adelante un ejercicio, recordaba mi trayectoria escolar, evocaba a mis docentes, reflexionaba sobre sus actitudes, estrategias, modos y analizaba lo anterior a la luz de diferentes autores, quienes en esos momentos motivaban mi lectura.
Y así fue que entre tanto movimiento, entusiasmo y reflexión, Valeria (quien sería el pilar fundamental desde lo tecnológico y lo aclaro porque en ese momento me encontraba muy lejos de poder gestionar un sitio) me dijo: Ana, recolectá toda la información, historia, autoridades, fotos y demás sobre la escuela, “copiá, recortá y pegá en un documento y me lo mandas”. Eso hice, recolecté, leí mucho copié (de puño y letra), corté y pegué cada una de las fotografías que me resultaban significativas para la construcción de la historia. Un día cuando todo estuvo listo le toqué el timbre a Valeria con el documento en la mano. Cuando me vio llegar se alegró pero cuando le entregué el documento con todo el trabajo realizado no podía creer que yo no hubiera entendido y que mi dedicación hubiese sido en vano. Su “copiá, recortá y pegá en un documento y me lo mandás”, no era literal y por supuesto si yo me hubiese detenido por un momento a pensar que estábamos por construir un sitio digital debería haberlo imaginado. Generalmente la comunicación atraviesa un mismo canal, pero muchas veces se traduce en diferentes interpretaciones, esto fue sólo una anécdota, “la anécdota” del comienzo de un sistema de información del cual hoy no podríamos prescindir.
Esta experiencia se lleva adelante desde hace más de 5 años y ha crecido conforme hemos crecido en el uso de la tecnología quienes transitamos la escuela. El producto final fue crear un Sitio en Internet para comunicarnos con el “exterior” de la misma, compartiendo con la comunidad todo nuestro trabajo y con el “interior” generando mayor y mejor comunicación, reflexión para mejorar nuestras prácticas a través de una sistema de información que sustente la toma de decisiones; donde los maestros fueron y serán el instrumento fundamental para plasmar la trayectoria escolar de cada niño, narrando sus experiencias, convencidos que desde este enfoque se pueden optimizar las intervenciones docentes e impactar en la mejora de los aprendizajes.
Hoy quien quiera conocer la escuela o tener una mínima aproximación a ella podría ubicar su Sitio y allí conocer su historia, su misión, visión y trabajo diario.
Por esto, puedo afirmar que aquella equivocación que menciono en la anécdota no fue en vano, todo lo contrario, fue el puntapié inicial para fundar mi reflexión y desde allí intento día a día incorporar la tecnología en la escuela para que ésta sea una herramienta transformadora para alumnos y docentes, en el interior y el exterior de la escuela. Esta experiencia me aportó un valor agregado y hoy más que nunca “considero que hay mucho por aprender, mucho por hacer y en esta hermosa profesión nada es acabado, sólo recién comienza...


González, Anabella:
Profesora de Primero y Segundo Ciclo de EGB. Directora de Educación Inicial y Primaria de escuela de educación privada (Virreyes, San Fernando) 


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3.2 Crónica de una escuela móvil.
Por Mónica Landolfi


"Los que estén en el camino, bienvenidos al tren"
Charly García

Allá por 1986, el primero de abril, se creó la Escuela de Educación Media N° 6. El personal designado: la directora, el secretario y una preceptora organizaron la institución que empezó a funcionar dentro del edificio de un colegio privado, el colegio José Hernández. Coincidiendo con la fundación de la escuela también empezaba mi vida como profesora de Lengua y Literatura.
El espacio de la escuela constaba de dos aulas y una pequeña bohardilla, que oficiaba de dirección y secretaría. Era tan pequeño que había que mantenerse preferentemente sentado para no golpearse la cabeza contra el techo.
El edificio escolar estaba ubicado en la calle Avenida del Trabajo, paralela a las vías del ferrocarril Belgrano, frente al matadero, del cual emanaban acres olores que los días de calor, perfumaban las narices de alumnos y docentes.
Esto fue en los comienzos. Yo acompañaba como docente de talleres referidos a redacción comercial, teatro y técnicas de estudio y expresión.
Como la escuela crecía, al año siguiente fue necesario otro espacio para nuevos cursos y talleres, por lo cual el “improvisado edificio” se extendió a una cuadra, al club de bochas “Juventud Unida”.
Allí, con el ingenio de los docentes se armaron dos aulas con machimbre al lado de la cancha de bochas. Así que cuando los socios venían a jugar debían “bochar” más silenciosamente para no interrumpir las clases.
Era una escuela particular. El aula que estaba al final de la cancha no tenía puerta ni ventana, sólo el hueco que le correspondía. ¿Será por eso que siempre me sentí tan libre para crear en mis clases de teatro o de literatura? ¿El ambiente me habrá condicionado? No tengo respuesta a esta pregunta, lo que sé es que la ductilidad en mis clases se veía favorecida.
En el año 1989, ya contábamos con una notable concurrencia y tanto las dos aulas iniciales como el anexo en el club, nos quedaban chicos. Así que nos mudamos a una casa alquilada por la asociación cooperadora que tenía dos locales en su parte de adelante y que estaba ubicada en la calle Burgos, a diez cuadras del colegio José Hernández, adonde permanecían dictándose las clases para los alumnos de primer año. Segundo y tercero comenzaron a funcionar en la casa de Burgos. Por esto los profesores que dictábamos clases en primero y segundo año debíamos practicar caminata obligada hasta la segunda sede. Este “ejercicio” lo realizábamos en el momento del recreo que separaba una hora de otra. De esta manera el personal docente se puso agilísimo y muy bien entrenado, aunque su asignatura nada tuviera que ver con Educación Física, como es mi caso.
Finalmente, al año siguiente, y para el bien del nunca mejor llamado “cuerpo docente” la institución se trasladó completamente a la sede de Burgos y… allí empezó otra historia…
La Escueli-casa quedó acondicionada de la siguiente forma: las habitaciones oficiaron de dirección/regencia y preceptoría, uno de los baños: biblioteca y dos habitaciones, como salones de clases.
En el patio, donde había un hermoso alcanfor, los chicos disfrutaban del recreo o, a veces, cuando hacía calor, sacábamos las sillas al aire libre y dictábamos clases. Por allí corrían vientos de cambios y de sabiduría que me impregnaron en mi hacer docente.
En el frente de la casa había dos locales donde funcionaban dos cursos y uno más pequeño que había sido en algún momento una carnicería, ya que había quedado el gancho para colgar la media res. La imaginación daba uso a todos los elementos porque nada era desechado. Ese gancho se usó para las representaciones teatrales, de donde se colgaba el telón o una horca para la representación de “La casa de Bernarda Alba” de Federico García Lorca. Los recursos pedagógicos siempre estaban en primer lugar.
En esta casa recibimos a nuestra primera promoción de egresados en 1990. Permanecimos hasta el año 1994, cuando debimos mudarnos. Y… otra vez a trasladar las sillas, los bancos, los pizarrones, los papeles y todo lo que formaba parte de la escuela, entre todos: profesores, alumnos y padres.
Nuestro nuevo domicilio fue Santos e Italia, una esquina que había sido un centro comercial, con locales vidriados, más tres aulas modulares de fibra de vidrio que instalamos en el patio sobre piso de concreto. El resto de las aulas se instalaron en los locales, uno de los cuales, curiosamente, también había sido una carnicería… y… otra vez el gancho del carnicero se hacía presente en nuestro derrotero.
Como las mudanzas incidían en la personalidad móvil y dúctil de la escuela, la plasticidad para adaptarnos nos otorgó una personalidad artística y no nos faltó en el patio un escenario e innumerables reconocimientos en concursos de pintura, literatura, video, poesía.
Con el paso del tiempo se iban sumando generaciones de alumnos que egresaban de nuestra escuela y ella, a pesar de las incomodidades edilicias, seguía albergando saberes. En este edificio se incorporó el turno vespertino con el Bachillerato para Adultos y nos poblamos de alumnos de edades diversas con ganas de superarse.
Después de numerosísimas idas y venidas el esperado edificio se hacía realidad a media cuadra de donde estábamos, frente a la Estación Vicealmirante Montes.
Final y merecidamente en el año 2000 nos mudamos a nuestro edificio definitivo y dejamos de ser una “escuela móvil” para seguir creciendo con el bagaje de recuerdos de nuestros comienzos.


Mónica Landolfi:
Profesora de Castellano, Literatura y Latín. Capacitadora en Prácticas del lenguaje Educación Inicial (CIIE Región 6) 


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3.3 Desde el cimiento.
Por Elvira Gil

Por casi 35 años no había transitado por sus calles... Boulogne.
Allí estaba el lugar que marcaría en mí un antes y un después. Edificios de paredes gastadas y de poca altura lo rodeaban. Era una construcción de paredes grises pero nuevas, salas con olor a pintura fresca y un espacio al aire libre vacío.
Cuatro manos iban retirando de ese patio piedras, clavos, vidrios: las de la directora y las mías.
Silvia y yo… las primeras en poner manos a la obra en ese maravilloso lugar que abría sus puertas por primera vez y que, de a poco, fue cobrando vida, recibiendo docentes y auxiliares que formaron un equipo inolvidable.
Ahí estaba a punto de iniciar mi primer cargo como preceptora en la escuela estatal.
No hablo de un momento, pero sí de un tiempo, el suficiente para aprender a enseñar distinto, el suficiente para darme cuenta que comer para algunos no siempre era posible y allí estaba para acompañar y esperar que terminara su vaso de leche y trozo de pan para volver a la sala.
Un tiempo donde las témperas y esas manitos pequeñas hacían arte con muy poco, donde faltaba el dinero y sobraba el esfuerzo.
Un lugar donde Papá Noel llegaba en el camión prestado por la Policía con esa sirena que hacía que todos corrieran al frente tomando con fuerzas las rejas que sostenían esa alegría y ansiedad.
Donde a la salida el “Señor de los alfajores”, como ellos lo llamaban a mi esposo, traía alfajores a los que todavía no habían venido a buscar.
Ese tiempo me atravesó de sentimientos: me divertí, me emocioné, me transformé, me contagié de ese afán.
Me llené de experiencias, experiencias hermosas y otras no tanto.
Fue conocer la fuerza, la emoción, el aprendizaje, la enseñanza, la alegría y la satisfacción que trae un proyecto compartido, una escuela real.
Momentos de emoción, la conformación de una escuela que hizo que las familias se sintieran parte poco a poco; elegir el nombre para ese jardín; comunicarnos, sí ¡comunicarnos! qué bello fue estar con ellos, estrechar manos con familias que lo necesitaban y mucho, o quizás yo a ellos.
Tenía una directora incansable en su afán de transformar ese jardín en el mejor lugar para todos esos chicos y nosotras, las docentes, aprendíamos junto a ella.
Porque sin cartulinas se podía igual, porque tres colores formaban paletas completas, porque las hojas se llenaban de colores y sentimientos, porque conocían pintores…ellos eran también pintores.
Porque hacer juguetes con botellas descartables era hermoso y jugar con ellos mucho más aún.
Porque si un niño no venía, no era uno menos…era una preocupación más.
Porque cuidar su salud implicaba proyectos enormes y difíciles, pero que nos llenaban de satisfacción.
Porque el día del niño en el jardín era “la fiesta del barrio”. Porque los sábados ese jardín era el cine para la familia.
Porque muchas mamás pudieron saber que leer imágenes también era leer, entonces ya no tenían que decir no sé leer con vergüenza, cuando las invitábamos a una maratón de lectura. Recuerdo que a la primera vinieron tres… luego fuimos muchos, muchos más…
Porque las familias sabían que un abrazo sentido y un dibujo para “la señorita” era el mejor regalo para el día del maestro.
Porque pudieron creer que la escuela era de ellos, de todos.
El dolor también se hizo presente…varias veces… Una joven mamá decidió partir sin aviso inmersa en un dolor que desconocíamos, y mayor aún fue decir adiós a una chiquita de tan solo tres años que simplemente quería jugar en la vereda de su casa, sin imaginar que allí estaría el final.
Pude ver con claridad que a la escuela no llegaba el niño que veía…llegaba él y su historia, esa que aprendí a ver, esa que no queda afuera cuando pasan la puerta del jardín. Con ellas se enseña y de ellas se aprende.
A esa escuela había llegado lo que veía antes de mí: una docente con un recorrido de diez años en escuela privada, colmada de experiencias válidas, fuertes… ¿Era tan así? La respuesta es no. Me encontré con un mundo diferente, me encontré vacía, me encontré con mi lugar… aquel que necesitaba… con el lugar que cada día decía que había más para aprender, que había más para dar. Dejé de ser chata, dejé de sentir que podía con todo, que sabía todo. Comencé a sentir, a buscar, a crecer, a llenar el vacío.
Y un día después de tres años me fui… no fue fácil…nada fácil pero ya era tiempo… la impotencia de no poder cambiar realidades crudas pudo más o quizás solamente ya era tiempo… el mío… La decisión fue personal, necesitaba seguir caminando… Nunca imaginé que esa escuela me atravesaría como lo hizo, dejó en mí un haber invaluable, una sensación difícil de describir.
Jamás olvidaré los momentos vividos allí. Ese dolor y esa impotencia, me ayudaron a crecer, me llenaron los bolsillos de semillas que sigo llevando por otros caminos. Son semillas fuertes que pueden en muchos momentos soportar tormentas de esas que a veces trae la profesión, y son semillas que siempre encontrarán sol para crecer, son experiencias, son anécdotas, son momentos, logros, errores, ensayos…
Porque aprendí que la vida te sorprende, que la escuela es un lugar que alberga mucho más que contenidos, que se enlaza con las historias, con los sentimientos, con el esfuerzo, con la vocación, con otros.
Enseñar necesita bolsillos completos de semillas, quizás algún día estén vacíos pero espero que al mirar atrás encuentre una pequeña parte del campo sembrado.
Pensar que al inicio creí que mientras juntaba las piedras y restos de vidrios del patio le estaba dando forma , preparando la escuela y, a la distancia veo que la escuela quitó piedras de mí, me dio forma, me volvió a construir y desde el cimiento.


Elvira Gil:
Profesora de Educación Inicial. Directora Jardín de Infantes Estatal. San Isidro.


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4 Iniciático y transformador.
Por Mónica Landolfi

Cuando lo conocido se transforma,
cuando lo que se sabe de memoria cambia,
cuando los "cimientos" parecen ceder,
cuando hay que aprender con "otros" y por "otros",
cuando llega el amor pero también el dolor,
cuando el mundo conocido se impregna del diferente,
se aprende, se enseña, se construye,
se crece en vivencias
y se deja huella.


5 La conformación del Nodo San Fernando/Norte de la Red de Formación Docente y Narrativas Pedagógicas en Argentina
Texto destinado al EJE 2: Formación de Educadores como investigadores de su práctica del X Encuentro Nacional del Colectivo Argentino de Educadores y Educadoras que Hacen Investigación desde su Escuela. Olavarría. 12, 13 y 14 de octubre de 2017.

Autoría: Juliana Batista Faria, Dalia Daniela Falcón, Anabella González, Paula Naveilhan, Lucila Németh, María Alejandra Paz, Diego Hernán Rosain, Mónica Beatriz Santamaría, Marina Spiridonov.

Esta ponencia inaugura la publicación de un relato que evidencia la conformación del Nodo San Fernando/Norte de Documentación Narrativa de Experiencias Pedagógicas.
Comenzamos esta historia las y los docentes que, en 2016, desarrollamos procesos de Documentación Narrativa de Experiencias Pedagógicas cuando participamos de una acción formativa promovida por la Secretaría de Educación del Municipio de San Fernando, mediante convenio establecido con la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. La escritura de este texto manifiesta nuestro compromiso en documentar la memoria de nuestro recién nacido Nodo, reafirmando nuestra búsqueda por construir sentidos para nuestras prácticas narrativas en el entramado sociopolítico de la Red de Formación Docente y Narrativas Pedagógicas en Argentina.
La Documentación Narrativa de Experiencias Pedagógicas fue la modalidad de investigación-acción-formación que nos habilitó a reconstruir, tornar públicos e interpretar los sentidos y significaciones que producíamos y reconstruíamos cuando nos dedicábamos a escribir, leer, reflexionar y conversar sobre nuestras prácticas educativas en dicho proceso formativo . Investigando colaborativamente nuestras prácticas, nos pusimos a producir nuestros relatos de experiencia pedagógica. Reconociendo el valor de este proceso formativo para nuestro desarrollo profesional, nos animamos a consolidar, a partir de 2017, el Nodo San Fernando/Norte de Documentación Narrativa de Experiencias Pedagógicas. Nuestra intención es hacer crecer el Nodo, dando continuidad a nuestro proceso formativo y luchando por condiciones político-pedagógicas que posibiliten que otras y otros docentes de nuestros territorios puedan integrarse a la Red.

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I. La tierra fértil del Nodo: condiciones político-pedagógicas que viabilizaron el nacimiento del Nodo
En 2016 se fertilizó la tierra del Nodo San Fernando/Norte de Documentación Narrativa de Experiencias Pedagógicas con la creación de la “Diplomatura en Desarrollo Profesional Docente Centrado en la Investigación-Acción de la Práctica”, dictada en el Centro Universitario Municipal de San Fernando (CUM). El Municipio de San Fernando, a través de la Secretaría de Educación, Cultura y Contención Social; y la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires firmaron un convenio para desarrollar la diplomatura en el CUM.
La diplomatura tuvo una carga horaria total de ciento veintiocho horas, distribuidas en tres momentos articulados y complementarios:
I. Taller de documentación narrativa de prácticas docentes y experiencias pedagógicas (64 horas), bajo la coordinación de Cecilia Tanoni, Gladys Zarenchansky y Marina Spiridonov.
II. Seminario sobre elementos teóricos y metodológicos de la investigación-formación-acción docente (32 horas), bajo la coordinación de Daniel Suárez.
III. Laboratorio de tematización, problematización y conceptualización de las prácticas docentes y experiencias pedagógicas (32 horas), coordinado por Paula Dávila y Agustina Argnani.
Para su cursada, se convocó a educadores municipales y otros de educación pública y privada del Distrito de San Fernando y de distritos vecinos, de los Niveles Inicial, Primario, Secundario y Superior; como así también a las modalidades de Adultos y Educación Especial. Cada docente participante, mientras cursó el trayecto de la diplomatura, convocó asimismo a estudiantes y docentes para documentar sus experiencias pedagógicas, formándose como coordinadora mientras conformaba su colectivo de docentes narradores y narradoras.14
La propuesta de la diplomatura fue diseñada y se implementó como un trayecto de formación integral, conformado por tres (3) segmentos articulados de desarrollo profesional docente:
I. La indagación reflexiva y la documentación narrativa de prácticas pedagógicas;
II. La reconstrucción e intercambio de saberes docentes, pedagógicos y didácticos elaborados por los docentes y educadores en sus experiencias de enseñanza y prácticas institucionales;
III. La tematización pedagógica y problematización didáctica de los saberes y prácticas puestas en juego.
En diciembre del mismo año, se realizó el Ateneo de Docentes Narradores del Nodo San Fernando/Norte, donde las coordinadoras y colectivos conformados en el ámbito de la diplomatura presentamos nuestros relatos de experiencia.15 El Ateneo fue un acontecimiento pedagógico que inició el momento de publicación y circulación de los relatos, convertidos en documentos pedagógicos disponibles para la interpretación y el debate públicos. Fue, asimismo, un ritual que marcó la integración del Nodo San Fernando/Norte en la Red de Formación Docente y Narrativas Pedagógicas de Argentina.

14 Al final de la cursada, se habían conformado 5 (cinco) colectivos, coordinados por 7 (siete) docentes mujeres, que involucraron un total de 38 docentes narradoras y narradores, lo que habilitó la escritura de más de 100 relatos.
15 Cada docente eligió un relato suyo para leer (en pequeños grupos) y hubo un proceso democrático que involucró a los y las docentes en la selección de relatos de su colectivo que serían indicados a la lectura entre todos los participantes del ateneo.

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II. Las semillas del Nodo: fundamentos teórico-metodológicos que alimentaron el Nodo.
¿Cuáles son, más allá de los estudios que ya teníamos incorporados a nuestra formación como docentes, los estudios que dialogaron y continúan dialogando con las acciones y reflexiones del recién creado Nodo San Fernando/Norte?
Las semillas fueron plantadas por el Programa de Extensión Universitaria Formación Docente y Documentación Pedagógica de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. (Res. CD 1425/10). La mayor parte del trabajo actual que lleva adelante este equipo se inscribe en la tradición de la investigación (auto) biográfica y narrativa en educación.
Por eso son las principales referencias teórico-metodológicas las que alimentan las reflexiones y prácticas narrativas de nuestro Nodo.
Igualmente, a esos estudios se suman las diversas publicaciones de otros docentes narradores, advenidas de procesos de investigación, acción y formación realizados por otros colectivos y/o otras redes que forman parte de la Red Iberoamericana de Colectivos y Redes de Maestros que hacen Innovación e Investigación desde la Escuela y La Comunidad.16
Este marco deja a la vista que aprendemos con otros docentes que también comparten sus prácticas, reflexiones y experiencias pedagógicas en nuestro país y en el mundo.
¿Qué es la Red de Formación Docente y Narrativas Pedagógicas?
Es un programa de extensión universitaria de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Esta red articula colectivos de docentes de diferentes organizaciones e instituciones académicas, educativas y/o políticas de Argentina, para propiciar el desarrollo de procesos de investigación narrativa, producción y circulación de relatos de experiencia. Sus actividades también se articulan con otras redes de investigadores y docentes de otros países de América Latina y Europa.17

16 La red participa del Colectivo Argentino de Docentes que hacen Investigación desde la Escuela (integrado por más de diez redes nacionales), que a su vez participa de la Red Iberoamericana de Colectivos y Redes de Maestros y Maestras que hacen Investigación e Innovación desde la Escuela y la Comunidad, en la que se congregan redes de España, Argentina, Colombia, Venezuela, México, Perú y Brasil
17 Cf. Argnani (2011), Souza et. al. (2010), Suárez (2014).

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III. Las personas del Nodo:
quiénes somos.


La diplomatura generó un espacio de formación centrado en el desarrollo de procesos de investigación-acción de nuestra propia experiencia docente.
Su objetivo fue que los docentes conocieran, analizaran, evaluaran y se apropiaran de los principios teóricos y criterios metodológicos de la investigación-formación-acción docente, junto con el equipo docente-investigador de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.
Asimismo, propició la formación de coordinadoras de docentes narradores, quienes ahora ya estamos habilitadas a implementar procesos de Documentación Narrativa de Experiencias Pedagógicas en nuestras instituciones y en otros espacios educativos.
Las mismas coordinadoras nos dispusimos a llevar este movimiento formativo adelante, enmarcando nuestro interés y compromiso en consolidar y expandir el Nodo San Fernando/Norte. Nosotras somos: Anabella González, Dalia Daniela Falcón, Juliana Batista Faria, Lucila Németh, María Alejandra Paz, Mónica Beatriz Santamaría y Paula Naveilhan.
En 2017 el Nodo San Fernando/Norte se consolida formalizando su propuesta de trabajo en un nuevo proyecto colectivo. Organizamos encuentros mensuales a los cuales se están sumando los docentes18 de nuestros colectivos y otros docentes interesados en conocer el trabajo que hacemos. Nuestra intención es continuar construyendo una comunidad de prácticas y discursos plural, basada en relaciones horizontales entre sus miembros, en la que sean posibles las diferencias entre comprensiones e interpretaciones en torno a algo que, sin embargo, permanece común y compartido: el compromiso y la lucha cotidianos por una educación más inclusiva y democrática.

18 El profesor Diego Hernán Rosain, uno de los docentes que nos representará en el X Encuentro Nacional del Colectivo Argentino de Educadores y Educadoras que Hacen Investigación desde su Escuela, forma parte de uno de estos colectivos

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IV. Los brotes del Nodo:
nuestro actual proyecto de trabajo.


El Nodo San Fernando/Norte continuará participando activamente de las actividades de la Red de Formación Docente y Narrativas Pedagógicas, siendo en 2017 coordinado por Marina Spiridonov, para continuar tematizando, escribiendo y organizando la producción de textos que giren en torno a la Educación Inicial, Educación Primaria, Educación Especial y la Formación Profesional.
Nuestro principal objetivo en este año es concretar la publicación de algunos de los textos producidos, a través de un libro que intensifique los intercambios con otros docentes de latitudes diferentes. Para lograrlo, estamos procediendo a la (re)lectura, selección y tematización de los relatos producidos el año anterior, sometiéndolos a la clínica de edición.19 Dicha clínica de edición implica que contamos con textos y su grupo de autores y autoras dispuestas a interrogarlos con distintas entradas, que equivalen a una edición que irá modificando el texto, indagando sus palabras y reconstruyendo sus sentidos pedagógicos. Al sistematizar las transformaciones de los relatos – y de sus sentidos pedagógicos – en el análisis de las versiones sucesivas sobre las experiencias docentes, se genera un nuevo proceso colectivo de investigación, reflexión y formación.
Por fin, es importante enmarcar la futura publicación de este libro no sólo como un acto que inaugurará las publicaciones de narrativas del Nodo San Fernando/Norte, sino también como una acción que se suma y da continuidad a la publicación que se hizo en el año 2014, documentando la tarea pedagógica que realizaron los Directivos de Educación Inicial de San Fernando para apropiarse del Diseño Curricular sancionado en 2008 e implementarlo en sus instituciones: Relatos Polifónicos en la Educación Inicial de San Fernando,20 un proyecto implementado por nuestra actual coordinadora.
Aquí reconocemos que el germen de la historia de nuestro Nodo estuvo en esta iniciativa de Marina Spiridonov, apoyada por la Dirección Provincial de Educación Inicial, la Jefatura Distrital de San Fernando y San Fernando Municipio a través del Centro Universitario Municipal, que reconoció su protagonismo y dio visibilidad a los docentes de nuestro territorio.
Si bien la publicación y puesta en circulación de los relatos, ya sea en ateneos y seminarios, en plataformas virtuales y audiovisuales o en materiales impresos, encierra un ciclo de la documentación narrativa, ahí también se inicia un nuevo ciclo, en que los documentos pedagógicos pasan a informar, conmover y disputar sentidos en el territorio educativo.
Teniendo esto en cuenta, nuestra intención este año es poner foco en este momento de la documentación narrativa, tematizando y publicando nuestros relatos en un libro que pueda ser leído y comentado por otros docentes, fomentando los procesos de formación coparticipada, el debate constructivo de ideas pedagógicas y la (re)configuración colaborativa de los proyectos educativos de nuestros territorios.

19 Dávila (2014, p. 130) explica que la clínica de edición es “una reconstrucción de las operaciones de expansión, de permuta y de quita que han tenido lugar en el proceso de edición pedagógica de los relatos como consecuencia de los comentarios recibidos acerca de su texto por un docente narrador. También consiste, fundamentalmente, en dar a conocer la propiedad que esas transformaciones conllevan en términos de indagación y reflexión acerca de la propia experiencia. Y cuando son compartidas en el colectivo de docentes, es una instancia para el intercambio de aquello que los textos editados dan a pensar”.
20 Cf. Spiridonov et. al. (2015).

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6 EPÍLOGO

V. Relatos de experiencias pedagógicas del Nodo San Fernando/Norte: una invitación a problematizar y construir colectivamente la tarea docente
Daniel Hugo Suárez
Agustina Argnani
Paula Dávila
Cecilia Tanoni
Gladys Zarenchansky

Tal como lo demuestra la serie de relatos pedagógicos que hemos leído hasta aquí, se ha ido haciendo más y más potente el propósito de muchos docentes de documentar narrativamente sus prácticas, de contar aquello que acontece en los mundos pedagógicos que transitan y lo que ello les da que pensar, indagar, reflexionar y sentir. Y documentar los distintos modos de hacer escuela y ser maestros y profesores, como aquí lo hacen quienes forman parte del Nodo San Fernando/Norte de la Red de Formación Docente y Narrativas Pedagógicas, permite dar cuenta de la diversidad y multiplicidad de sus territorios educativos. Y no sólo eso; la misma conformación y consolidación de este nodo ha dado apertura a un formidable modo para problematizar pedagógicamente la propia tarea docente: junto con otros, colectivamente, en-redados, definiendo autónomamente sus campos de intereses y problemas de investigación pedagógica.
En tiempos en que se pretende estandarizar y cuantificar la información sobre la vida en las instituciones y espacios educativos, las interpretaciones pedagógicas de los docentes se acrecientan para activar diversas maneras de nombrar, pensar y hacer las escuelas y la docencia. Y de esta forma, hacen frente y disputan aquello que se intenta presentar como uniforme, indistinto, sencillo o natural. Al indagar y reflexionar sobre sus experiencias documentándolas a través de relatos escritos, también resisten y ponen en cuestión aquellas perspectivas que, escudadas en la lógica de la eficiencia y el control, lo que buscan es deslegitimar los saberes pedagógicos que los educadores construyen, portan y ponen en juego en su cotidiano quehacer en las escuelas. Pues sus documentos narrativos nos hablan sobre la educación desde la práctica, con lenguajes, palabras y sentidos construidos por el hacer indagado y reflexionado, desde la perspectiva de quienes protagonizan el encuentro pedagógico todos los días y lo piensan y recrean junto con otros, colectivamente.
Es evidente que la narración de la experiencia pedagógica ha venido a ocupar un espacio ineludible en los procesos de formación y de autoformación, en la conversación y la movilización pedagógica. Y de este modo, ha dado la posibilidad al campo de la pedagogía de enriquecerse y democratizarse a través de la perspectiva de quienes muchas veces son invisibilizados por el discurso dominante.
En este sentido, las experiencias de documentación narrativa se han venido propagando y recreando en distintos territorios y contextos. En este caso, fue la Diplomatura en Desarrollo Profesional Docente centrado en la investigación-acción de la Práctica, desplegada a partir del convenio entre la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y el Municipio de San Fernando, la que posibilitó el proceso de producción de los relatos aquí publicados, gracias al impulso de una política educativa local dirigida a poner en valor la acción político pedagógica de colectivos de educadores.
Desde el Programa de Extensión Universitaria “Red de Formación Docente y Narrativas Pedagógicas”, tenemos la certeza de que los relatos pedagógicos de docentes contribuyen a construir problemas y preguntas de investigación y horizontes de transformación. También tenemos el convencimiento de que esa posibilidad de transformación viene de la mano de estas otras maneras de interrogar(se) e investigar(se), de modalidades alternativas de producción y validación de saberes.
Desde nuestro Programa, en articulación con una sucesión de proyectos de investigación-formación-acción desarrollados en el Instituto de Investigaciones en Ciencias de la Educación de la Facultad de Filosofía y Letras, un grupo de investigadores educativos, una red de profesores de distintas instituciones de formación docente y varios Nodos y colectivos de docentes narradores de experiencias (uno de los cuales es el Nodo San Fernando/Norte), venimos trabajando coparticipadamente desde hace más de diez años para que estas experiencias de escritura e indagación pedagógica ganen peso, se publiquen, circulen y conversen con otros modos de producción de saber pedagógico y de conocimiento educativo. Es desde esta perspectiva y con ese horizonte que venimos invitando a docentes a escribir sus historias escolares a través de un minucioso y concienzudo dispositivo de acompañamiento de sus prácticas narrativas.
Tal como aconteció en la experiencia del Nodo San Fernando/Norte, el proceso completo e integral de la documentación narrativa implica trabajar en la constitución de un colectivo de docentes narradores de relatos pedagógicos. Al mismo tiempo, involucra el ejercicio reflexivo de la escritura, la lectura, la conversación y la interpretación pedagógicas junto con otros colegas. Lejos de pretender distanciarse o rechazar las dimensiones subjetivas, biográficas, experienciales de los procesos de construcción de saberes, ellas son concebidas como parte central y constitutiva de los relatos. Justamente, son estas dimensiones las que posibilitan el enlace singular con el territorio particular en que las prácticas pedagógicas son desplegadas. Para alcanzarlo, el dispositivo metodológico de la documentación narrativa (participativo y en taller) propone un itinerario de trabajo que implica una secuencia de “momentos” sucesivos y recursivos: generar y sostener condiciones institucionales, políticas y técnicas que habiliten el desarrollo del proceso; identificar y seleccionar experiencias pedagógicas para ser contadas por escrito; escribir y re-escribir varias versiones del relato de experiencia; leer, comentar y conversar en torno de los relatos de cada uno de los docentes integrantes del colectivo entre cada escritura y re-escritura; definir criterios de publicación de los textos elaborados por los docentes; proyectar y hacer circular los relatos escritos por diferentes circuitos de recepción y de lectura mediante distintos formatos y estrategias.
En ese trabajo coparticipado, en el itinerario transitado que compartimos investigadores y docentes, aprendimos a construir juntos interrogantes de conocimiento y de formación: ¿qué saben y qué hacen los docentes en su trabajo pedagógico?; ¿cómo problematizan ese saber que portan y construyen? ¿Qué hacen con él cuando enseñan en esa institución educativa en particular, con ese grupo de estudiantes singular, en esos contextos y en ese territorio en especial?; ¿cómo promover y estimular para que ese saber sea indagado, reflexionado, criticado y recreado por sus propios productores y en el lenguaje de la práctica?; ¿cómo hacer que se inscriban como saberes públicos potentes y valiosos para intervenir en el debate educativo, para que los relatos de experiencia circulen y se discutan en medios especializados?
El despliegue del dispositivo de documentación narrativa en el Nodo San Fernando /Norte nos ha permitido, a quienes lo acompañamos desde la universidad, afinar, aguzar y profundizar en estas preguntas y comenzar a esbozar y construir otras. La movilización que ha generado es también la que ha incitado el deseo de compilar, organizar y publicar este corpus de relatos de experiencias pedagógicas escritos por docentes integrantes de los distintos colectivos que se constituyeron en este Nodo, con la intención ahora de que ese espacio de encuentro, de lectura compartida y de conversación pedagógica se expanda fuertemente y llegue a cada vez más colegas docentes.
Al reconocer el momento de publicación como un momento formativo de relevancia y significatividad dentro del dispositivo de documentación narrativa, se ha invitado a los docentes a asumir otras tareas y, de esa manera, fortalecerse en tanto colectivo que define, reflexiona y debate acerca de los modos más pertinentes de inscribir su palabra y saber pedagógicos en el espacio público. Así, en el Nodo San Fernando/Norte se ha conformado un Comité Editorial en el que han trabajado de manera conjunta la coordinación del nodo, las coordinadoras de colectivos y docentes narradores, con la intención de tornar más polifónicas las discusiones acerca de la publicación de los relatos, acerca de su “pasaje” a constituirse en documentos pedagógicos: de la calidez de los colectivos de docentes a documentos pedagógicos inscriptos y materializados en el debate público.
Los relatos aquí publicados visibilizan el modo en que los docentes lidian y se las arreglan para intervenir pedagógicamente en escenarios y circunstancias muchas veces adversas e invariablemente singulares. También hablan de cómo han encontrado alternativas efectivas para remediar los problemas pedagógicos que ellos mismos formulan situacionalmente.
Como ya expresamos, creemos que una de las características en las que se asienta la fuerza de este dispositivo, y que tiene que ver con uno de sus productos, los relatos de experiencia pedagógica, es que se erigen como documentos más que pertinentes para generar interpretaciones que pueden aportar a construir una comprensión más fina y lúcida acerca de lo que los docentes observan, descubren, entienden, consideran y prueban y reformulan en sus contextos. Precisamente, los relatos que componen este libro incitan a la reflexión y a la deconstrucción de algunos sentidos circulantes en el campo educativo que tienden a monopolizar, o peor aún, a colonizar el discurso público sobre la educación. Por eso, nos ayudan a pensar y repensar en lo singular de la pedagogía pero sin resignar o ceder su carácter público, intencionado, y por tanto, materia central de debate de todos aquellos para quienes la educación es una preocupación medular.
Los relatos que se disponen públicamente a través de este libro tienen estilos variados y abordan temas y contenidos que en algunos casos se asemejan y en otros son bien diversos: algunos ponen en palabras las preocupaciones pedagógicas que conlleva encarar la enseñanza con alumnos singulares (tal como plantean el relato de Paula Naveilhan “Abriendo camino” y el relato “Interrogantes” de Evelina Montini). Otros muestran el derrumbamiento de algunas certezas bien instaladas como consecuencia de situaciones imprevistas (como nos relata Alejandra Paz en su texto “Un cambio de lugar para “ellos” y “nosotros” y los relatos que abordan el “trabajo con lo inesperado”, compilados en el segundo apartado). También hay relatos que nos hablan de cómo algunas demandas específicas (de estos alumnos, de aquellos compañeros, de ciertos directivos) plantean desafíos que desvanecen la mejor de las planificaciones, impulsando a los protagonistas a investigar, innovar, crear y ensayar nuevas propuestas pedagógicas (tal como puede verse en los relatos “Interrogantes” de Evelina Montini y en “Aún podemos con lo que sucede” de Anabella González).
Varios de ellos nos advierten de la interpelación que produce a los docentes la vulnerabilidad del otro (“Algo cambió entre nosotros” de Hernán Rosain, “Banana a la escuela” de Juliana Batista Faria, “Aún podemos con lo que sucede” de Anabella González, “Desde el cimiento” de Elvira Gil).
Otros relatos desocultan algunas inquietudes que tienen que ver con el “deber ser” docente y con las tensiones que acarrean ciertas miradas acerca de “la escuela aprendida y la escuela enseñada” (como describe Lucila Németh en su relato “Con ojos de niño”) y que operan calladamente más allá de la conciencia.
De entre los relatos publicados aquí, hay varios que expresan sucesos dolorosos que marcaron a estudiantes y docentes, y dan cuenta de cómo éstos fueron abordados pedagógicamente por los docentes, abriendo las puertas de la escuela y del aula para hacerles un lugar (tal como narran Dalia Falcón en “La Justificación”, y Elvira Gil en “Desde el cimiento”).
Algunos relatos denotan la impronta en las aulas de algunos escenarios y contextos históricos, políticos, sociales y laborales, entrelazando las biografías personales y profesionales con las historias institucionales, los hitos y marcas fundacionales de las escuelas en las que se desempeñaron pero también de aquellas en las que ellos mismos se formaron como docentes (tal como nos ofrecen los relatos compilados en el tercer apartado, en especial en “Crónica de una escuela móvil”, de Mónica Landolfi).
Pero hay algo infinitamente valioso en todos ellos: los relatos que han sido construidos por el Nodo San Fernando/Norte y que los docentes narradores -ya convertidos en docentes autores- han decidido publicar en este libro, nos dejan entrever historias de pasión por el trabajo docente y por la tarea de la transmisión cultural. Y además, las distintas temáticas que abordan los relatos nos alertan sobre preocupaciones, circunstancias, condiciones y resoluciones pedagógicas que otros modos y estrategias de investigación educativa usualmente no documentan.
No podemos dejar de mencionar que la compilación de los relatos de este volumen forma parte de una realización colectiva más vasta que ya cuenta con alrededor de 2000 relatos de experiencia pedagógica. El proyecto impulsado por la coordinación del Nodo San Fernando/ Norte de editar este libro es más que auspicioso para seguir propagando las potencias de las narrativas docentes y ensanchando el horizonte de su articulación con la pedagogía. Para los integrantes del equipo docente que hemos coordinado cada una de las tres instancias de la Diplomatura que ha hecho posible la producción de estos relatos, su publicación implica una razón más para celebrar, ya que de este modo esperamos que los relatos estimulen a muchos más colegas a sumarse a la escritura, a la lectura, a la interpretación y a la conversación pedagógicas en torno de relatos de experiencias pedagógicas.

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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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  • SUÁREZ, Daniel Hugo. Relatos pedagógicos, docentes e investigación narrativa de la experiencia escolar. Aportes de la investigación cualitativa y colaborativa para la formación y el desarrollo profesional de los docentes. Tesis de Doctorado. Buenos Aires: Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, 2009.

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