¿De qué están hechas las aulas?

Título

¿De qué están hechas las aulas?

Descripción

Artículo

Autor

Patricia Victorio

Editor

Mariana Schenone

Fecha

Septiembre 2018

Idioma

Español

Problemas emocionales y clima escolar.
¿De qué están hechas las aulas?

Patricia Victorio
Lic. en Psicología


Palabras clave: clima escolar, educación emocional, habilidades cognitivas, estrategias


Los niños de hoy nos dejan maravillados a diario. Sus habilidades cognitivas como memoria, percepción, atención, lenguaje y pensamiento pueden operar en estrategias de conocimiento y deducción tan particulares, que nos implican como adultos en grandes controversias cotidianas. Los aparatos tecnológicos y digitales – de los adultos-, sumado al estilo de vida – de los adultos- promueven una rueda de necesidades y demandas, cual círculo vicioso de información. En esta realidad, la sociedad actual posee los niños de hoy. Dentro de ella, como consecuencia de ella, enajenados a ella, entramados de modo tan enmarañado que en ocasiones dejan de ser niños.
Los procesos de pensamientos que un niño puede llevar a cabo tienen relación con los modos de crianza, el alcance cultural de su familia y las características de esta, sumado a un componente genético. La familia le inscribe valor afectivo de modo consciente e inconsciente a cada aprendizaje, dándole una razón para que el próximo acto de curiosidad se despliegue hilado al orden lógico afectivo del anterior. Siempre.  
Cuando hablamos de valor afectivo este puede ser del orden positivo o negativo, hay tantas variedades como sujetos que cumplen su rol de mamá y papá. Entonces, no hablamos de los niños de hoy, hablamos de modelos de crianza atravesados por la tecnología, el consumo y los cánones del éxito. Atravesados en tanto y cuenta son roles que se ejercitan por Sujetos, sujetados a un discurso social. Enlazados. Ese lazo social tiene una relación ``estructurante`` y determinante con el modo en que le transmitieron (consciente e inconscientemente) cierta percepción del mundo, los vínculos, el trabajo, el amor (a ese padre o madre cuando niño). Entonces tardes enteras de bloques, tortitas de barro, juego simbólico (cual práctica de roles) o juegos de mesa (reglas) son aprendizajes ``encarnados`` en el proceso psíquico mencionado.

Nuestros pequeños reciben información por doquier, hacia donde miren y aunque están observando algo concreto desde otro ángulo perceptivo reciben más estímulos aún. Los niños, como tales no poseen los recursos cognitivos ni la experiencia de vida para codificar/incorporar/asimilar absolutamente todo esta información desde vías tan distintas y todas a la vez, situación muy abrumadora. He aquí la sintomatología de los niños de hoy: ansiedad. Ansiedad que se actúa en glotonería, agresión, violencias de distintos tipos, angustias concretas, miedos, berrinches desproporcionados, inseguridad, falta de registro de límites, etc. Se observan diferentes mecanismos de defensa y síntomas en niños que no pueden procesar ni tramitar el alud informativo que reciben y al que en ocasiones los sometemos. Y ahí los dejamos, muchas veces solos. Sin tiempo para ellos, para jugar. Es en ese tiempo donde se asimila y se interioriza algo de todo ese conocimiento adquirido. En esos momentos se ordenan discursos y se reacomodan teorías. En el juego, en el piso, en el desorden con mamá y papá.
En ocasiones, como padres pareciera que la controversia se cierra a ``adolentizar`` la infancia o dejarlos por fuera del sistema. Mientras que lo primero lleva a problemáticas de roles, tiempos, etapas y momentos (necesarios y evolutivos) que son saltados por el temor a quedar por fuera del círculo; en el segundo caso observamos niños sin recursos ni habilidades cotidianas llenos de temor y excluidos de círculos sociales. La buena noticia es que existen muchas otras maneras de trasmitirle a nuestros niños cuál es su rol (qué lugar ocupan), qué se espera de ellos, a quién acudir por protección y seguridad, cuáles son las distintas maneras de demostrar amor, cómo construir vínculos de calidad, cómo reconocer la autoridad, desde qué lugar aprender conocimientos, entre una infinidad de cuestiones significantes al proceso madurativo. Estos otros modos de crianza se basan en el amor como representación -en términos lacanianos- desde donde se ama al otro (niño-hijo) en su libertad, protección, respeto y responsabilidad de nuestros actos como padres.

Estos niños de hoy, asisten a una institución escolar. El colegio se inscribe como autoridad en el discurso familiar/social que se aprendió (acorde a cómo se transmitió). El espacio áulico es la escenografía perfecta para actuar todo tipo de emociones, reclutadas en los procesos psíquicos que venimos hablando. Emociones que quieren explotar y huir, que quieren apretar crayones, romper papeles y quebrar tizas. En ocasiones estas manifestaciones convierten un Che, Seño en Che, Mami, o hacen renegar al cuaderno de comunicaciones yendo y viniendo con notitas de comportamientos no esperados. ¡Sí! hay conductas funcionales al desarrollo del niño y también al devenir del proceso de aprendizaje.
Y ahí está La Seño o El Profe, tapando algún bache porque mami hizo torcida la trenza, llamando la atención porque no se escupe ni se grita, explicando una vez más el nuevo método para resolver multiplicaciones. Esa seño sabe el lugar que ocupa, ella conoce de niños traviesos y angustiados, ya ha pasado por grandes llantos luego que papá deja a Álvaro en la puerta o el dolor de Clarita atrás de su enojo constante. También se enteró que se separaron los papás de Marcos y desde entonces no quiere leer, así como murió el perrito que tuvo Luján desde que nació y por eso ella no sale al recreo.
Los maestros saben de qué están hechas las aulas. Están hechas de niños.

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